domingo, 30 de agosto de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO

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Entre los instantes del día, a través de cada momento, la atención pasea su mirada, sensaciones diversas, ideas distintas, ensoñaciones que se cruzan. Un delicioso cajón de sastre, o más bien de buhonero intentando vender su quincallería, sus abalorios y bisutería, olvidada en el último recoveco, en el más oculto trasfondo.

Pero el día rezuma un limpio bienestar, que de forma imperceptible dispone luminosas percepciones a la visión, mientras esta lo recorre atareada en sus pequeñas ocupaciones.
Día en el que las cosas se encuazan sin preocupaciones, blandamente recostadas al desgaire, en el gozo ocioso y confiado, diáfano y feliz.

Una mañana que se abre como una visión al instante cercano y riente, un mediodía sereno de nubes relajadas y silenciosas, ensimismadas, plácidamente oníricas.

La verja del puerto, pequeña y asomada al largo paseo, está desde hace días cerrada. Pero la relativa prisa que me ocupa no lamenta perder el vaivén denso de la marejada respirando sobre la pared rocosa de los muelles. La profunda perspectiva de la calle me llama, y acelera sin cansancio mis pasos.

Una agradable y cálida temperatura me recibe en la consulta, del día sólo llega una luz tenue, enciendo el negatoscopio y sus tres ventanas proyectan una claridad tibia y azulada. El trabajo se distribuye suave y sin desajustes a lo largo de las primeras horas de la tarde.

Al volver, encuentro a mi hijo Pablo, con su dedo bien vendado. La herida que se hizo ayer al parecer tuvo su origen en el pomo de una puerta de un comercio, que asoma en exceso y atrapa las manos que no están precavidas y vigilantes. Un cartel intenta advertirlo, pero hay que reparar en él, y ello no siempre está en la atención del que entra.

Cuando la soledad de nuevo me rodea, en su mágico abrazo, su propuesta abierta y sencilla me sonríe.



11 Enero 2008

© Acuario 2009

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