jueves, 13 de agosto de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO





Cargadas de racimos, dátiles que maduran al sol, las palmeras de la playa, reciben la visita matutina de la algarabía chillona y ruidosa de grupos de cotorras.


Vuelan en grupos, pequeñas, verdes y gritonas, buscando, desenvueltas y con glotonería, los dorados frutos que comen ávidamente.

Algunas parejas, escapadas hace tiempo han conseguido incrementarse con facilidad, gracias a la abundancia que ofrece el crecido número de palmeras por toda la ciudad.

Y ahora, la mañana se puebla de su feliz griterío, ante el asombro de palomas y gorriones.

Los viandantes reciben en ocasiones el regalo en su cabeza de algun resto de su estrepitoso festín, en forma de hueso o trozo de dátil escapado a la voracidad de la muchedumbre asaltante y entusiasta de alegres guacamayos.

Entre la inmensa miríada estrellada de reflejos con que el sol baña inclemente la superficie del mar, apenas rizada, sin olas, se destaca el oscuro perfil inmóvil del navío sobre la bahía.

Parece flotar en un inmenso universo de luceros inquietos y líquidos, incesantes y trémulos.

Es tal el estallido de luz sobre las aguas con que nace el día, que la mirada se rompe cegada y atónita.

Mientras tanto, llego andando al semáforo a la mitad del paseo que sigue el curso de la playa.

Cruzarlo es simplemente cambiar de mundo.


© Acuario 2009

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