martes, 18 de agosto de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO


Cuando el ajetreado día pasa, sin dejar hueco para observarlo, cuando se te escurre entre las manos, tienes que recurrir a la argucia, a la sutileza, a la picardía.
Nada sucede a tu lado que no puedas observarlo luego, pausadamente, basta con rebobinar sin prisas las imágenes, los instantes que te ha brindado.

Como la mañana comenzó ventisquera todo aparece revuelto.

Las palmeras sacudidas por el torbellino desprenden cientos de pequeños dátiles negruzcos sobre el camino. Andar sobre ellos termina siendo un juego caprichoso de equilibrismo

La soledad crece ilimitadamente en una playa batida por ráfagas de salobre marino que las espumas y el vendaval regalan inclementes. Nadie o pocos dirigen su paseo habitual bajo dicho ventarrón. Hasta las palomas, cobijadas bajo los aleros próximos, se zarandean encogidas bajo sus alas.

La compra habitual en el establecimiento, renovado, limpio, iluminado, ¡ pero todo puesto en otro sitio ! , transcurre dando, inevitáblemente, más vueltas y revueltas que de costumbre. Además hay que sortear hábilmente la entusiasta alegría de la limpiadora, que la han subido en un carrito autopropulsado, y lo conduce alucinada y feroz, lanzada a todo trapo por los pasillos. Se diría que quiere limpiar el supermercado hasta de clientes.

En el paseo del parque, una hilera interminable de puestos de venta.
Desde la artesanía más islámica hasta la ternura de los animales de barro de los belenes y pesebres, de pequeños molinos, de ríos de papel plateado y corcho para imitar montañas, pasando por puestos de turrón, algodón de azucar, o máscaras y artículos de broma y petardos.

Nada de eso miran los porfíados coches apretujándose, detenidos e impacientes, dándose codazos ante los semáforos.




© Acuario 2009

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