sábado, 29 de agosto de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

JULIO 17 Viernes
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Con rara habilidad inexorable a la noche le sigue el día. Desde el oscuro espacio inasible donde las estrellas se refugian, poco a poco va clareando, sin prisas. Naranjas y doradas cenefas sobre el horizonte somnoliento. ¿Nubes? Ninguna. La pátina del cielo se abre en un azul único, victorioso y monocorde. En toda su dimensión suave índigo amanece. Sobre la ciudad y el mar, abrazados y dormidos.

Un concierto de trinos, gorjeos, silbidos y algún cricrí, se adueña de la soledad de la calle. Lentamente su desolada ausencia se va disolviendo con cada peatón que pasa, con la huella sonora de cada vehículo, con la apertura de los bares y las conversaciones que en sus terrazas se entablan.

Toda la actividad de la urbe está iniciada cuando, a toda luz y pleno sol, comienzo a dialogar con mis propios pasos en mi habitual camino.

Hoy no tenemos brisa marina, sino seco y de momento, sólo caluroso, aire terral que pinta incesante con intensos añiles la techumbre del firmamento.

El agua no se toma cautelas ni reservas, rotundamente fresca, opalina, cobalto y verde. El baño literalmente resucita. En la playa están instalando unos entoldados bajo los cuales los submarinistas cuidan y limpian una imagen de la Virgen del Carmen, pequeñita, que vive por decirlo así , todo el año, en una cueva bajo las aguas de la bahía. Cuando llega la fecha de su aniversario la sacan de nuevo del mar, y tras arreglarla, la procesionan y veneran.

Un festival de calor y verano sin límites es la agobiada tarde. Intenta irse, pero la luz la retiene, pareciera estar prisionera en los brazos de iluminado fuego del viento, que la sujeta y acaricia.

El mar gime en la orilla, mientras, los impacientes grillos, sin esperar a la noche, también ellos protestan.




© Acuario 2009

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