sábado, 22 de agosto de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO





Las primeras horas, matinales y frescas, invitan al ejercicio.

Una ligera llovizna añade dimensión al viento. En los charcos que el aguacero nocturno ha dejado, las pequeñas gotas juegan a formar pequeños circulos que se abren y entremezclan incesantes. El aire envidioso, intenta soplando emularlas, pero sólo consigue dejar minúsculas ondas en los acuáticos remansos, sacudiendo y haciendo retemblar a las imágenes que espejeaban en ellos, añadiendo un matiz opaco a la pequeña superficie del agua estancada que hace un instante brillaba.

El Mediterráneo, verde olivo y plomo. A sus orillas de nuevo acuden rugientes espumas que secretamente me hablan.

Sospecho que la antena de radio del edificio, tras días de ventisca, ha caído de nuevo. No es la primera vez que ocurre. La señal llega con distorsión desacostumbrada.

Pongo un compacto. El suave Stabat Mater de Pergolesi me brinda su belleza, mientras la claridad del mediodía acude velada por un celaje de nubes.

Por un momento, incompletamente, la nubosidad se entreabre apenas, cayendo sobre el mar una cascada de luz. El súbito fulgor dibuja una lejana hilera de reflejos de plata.

En la línea del horizonte, el argentino tridente de Neptuno se ha asomado, rasgando la cobriza superficie de las aguas.







23 Diciembre 2007
© Acuario 2009

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