domingo, 16 de agosto de 2009

AEROSTASIA DEL TIEMPO



Pequeño, menudo, inquieto, nervioso, una prominente nariz enrojecida y con algún comedón infectado, ojillos pequeños, con párpados caídos, con la edad a cuestas en una cara surcada de arrugas pero vivaracha.
Habla rápido, gesticulando con todo el cuerpo al mismo tiempo, con un bullicio interno que le desborda.
Es un habitual bañista, de esos que todo el año se dan un chapuzón en la playa, pero ahora con una bronquitis y algo resfriado se lamenta de tener que estar pies en tierra, ictiófilo él, especie protegida, ¿quién sabe?.
El viento, se queja, te enfría al salir del baño, y ahora, con este catarro,....
Pero alegre por encontrarme y charlar un rato. Quizá me considera, como acostumbrado conocido en su ruta náutica, parte del chapoteo diario.

Horas soleadas del mediodía, el soplo de la brisa norte se agradece. Centellea desafiando las miradas la inmóvil superficie del agua, espejo de mil destellos que el sol inclemente regala.

Luminosa asimismo la tarde, mecida apenas en una leve brisa de poniente. Mientras camino a lo largo de los muelles, el oleaje en la rada del puerto embate sordamente la pared llena de moluscos. El resplandor solar cae como incesante reflejo llenando de hirvientes estrellas sus aguas.

Una gaviota solitaria se baña inmóvil en la superficie acuática, sobre la líquida y llameante iridiscencia.

Cruzo la salida portuaria, la solería peatonal esta hecha de viejas y enormes, pesadas losas, mal terminadas. En el corte de las mismas, espirales que se funden en la misma piedra proclaman la vida fósil. La antigua vida marina, detenida en el tiempo ahora. Las ammonites, cuatrocientos millones de años os contemplan.

En la isleta del tráfico, un olivo centenario, de plateadas hojas, parece recordar pensativo y añorante su infancia en otra tierra.


© Acuario 2009

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