jueves, 27 de agosto de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

JULIO 9 Jueves



El verano ha comenzado a instalarse a sus anchas en días completamente despejados, con una suave brisa de levante, con mañanas radiantes que sobrecogen a las palmeras.

El sol se presenta casi de improviso, y asiste sonriente al animado concierto de trinos de los gorriones. El mar apenas mecido por inexistentes olas. Sobre la orilla silenciosa el agua se remansa sin el más mínimo resuello ni respiro.

La vida fluye en la calle prontamente desde las primeras horas matutinas. Algún viandante, algún vehículo, los perros paseando a sus amos. Comienzan a regar los parterres, los aspersores, soñando con imitar a la lluvia.

Cuando salgo, con un silbido llamo a Susanito, un gato romanito que duerme tranquilo esperándome sobre el toldo extendido de la terraza de un bar. Con dos o tres saltos desciende de su improvisada alcoba gracias a un arbol que colinda cercano al establecimiento. Mediante un tocón cortado de una palmera, caída ya hace tiempo, improvisamos una mesa para su desayuno. Escondido entre unas matas, está su cuenco de agua que renuevo cada día.

Hoy busco infructuosamente, de momento, un adaptador europeo para clavija electrica americana. Hay que revolver entre los enchufes y cables a la venta un buen rato para comprobar que no existe en esta tienda cercana el artilugio que busco.

Bajo la buena y necesaria sombra veraniega entre las calles hago el habitual camino, y a mi vuelta, acudo a la oficina de correos. Hace dos días que no viene al edificio en el que vivo el cartero. Habida cuenta de que el numero de vecinos que convivimos es elevado, y que no hay día sin la entrega de medio centenar de cartas, más algún que otro paquete, es cuestión de interesarse por la ausencia del repartidor postal. Con frecuencia compro por la red, en Ebay, componentes electrónicos antiguos y no estoy conforme con perderlos despues de haberlos pagado. Amablemente el director me informa de que el servicio volverá a reanudarse hoy mismo

La mañana sigue discurriendo sin prisa, el mediodía no se anuncia, entra tranquilamente y se instala en el fresco interior de la casa a sestear un poco antes del trabajo.

Pasa inadvertida y sosegada la tarde con su trasiego habitual. A mi vuelta, siempre me aguardan, en un pequeño jardín cercano a la entrada de los muelles, una buena bandada de gorrioncillos. Esperan las migas de pan que cada día, del que sobra, les llevo. Una alegre y festiva algarabía de saltos y vuelos acude velozmente sobre las migajas nada más verlas.

El crepúsculo desciende, con una lentitud ligeramente blanca y sombría. Un perro ladra a un velero, un bergantín de tres palos en el centro de la bahía, que se adormece sin olas, esperando a la noche. En el muelle de levante, hay un crucero que se engalana de luces y fiesta.

De súbito la noche se hace presente. Una luna herida y roja se alza sobre el horizonte en tineblas. Un acusador reguero de sangre amarillenta y turbia, sobre las aguas quietas, la señala desde la orilla callada. La noche, amordazada por las sombras, en silencio habla.





© Acuario 2009

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