Cuando se abre la mañana, no hay nada más que limpio firmamento azul. Ni una nube. El sol levanta poco a poco su rojo y cíclope turbión de luz y calor, que va estallando pausadamente.
Al pasar bajo las palmeras de la calle, itinerario cotidiano, un puñado de migas que les ofrezco a los gorriones. No importa que bajen volando a comérselas también algunas palomas, los pequeños pajarillos, pese a su tamaño, hurtan de forma rápida y astuta los suficientes trocitos de pan.
Bajo la espléndida y cálida sonrisa del astro rey, la senda sobre la orilla del mar con este soleado invierno, brinda un agradable y regocijado paseo.
Sigo intentando captar momentos con la cámara del móvil..., ¿ lo consigo ? En todo caso, algunas veces me hago un lío con los botones y los mensajes en la pantalla.
Parece que en el día de hoy, adonde llego no hay nadie nunca, y eso ocurre también en el trabajo. La sala habitualmente ocupada, luce enteramente vacía. No obstante a media tarde recibo las visitas programadas, no muchas.
Al salir, con la tarde declinando, ya está casi encima la noche. Dispuesta a soñar su encendido sortilegio de estrellas.
Hace fresco en cuanto falta el calor solar, tengo que abrocharme bien el abrigo y apetece andar rápido para calentarse. Opacas sombras rodean con extraña complicidad a las iluminadas y meláncolicas farolas.
Ingenuamente, la ciudad ansía reproducir en sus calles, con su navideña luminaria, el impulso de luz de la celeste bóveda.
Los pasos del caminante, a veces ellos solos le llevan.
28 Diciembre 2007
© Acuario 2009
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