A medio camino, descarga un copioso chaparrón, desenfandado y resuelto, que anega en un momento las alcantarillas, encharcando alegremente a los peatones, obligándoles a refugiarse en zaguanes y soportales. Cuando cesa el entusiamo acuático, aunque todavía es desenvuelto y alborozado aguacero, recupero mi paso.
Mis quehaceres saben esperar pacientemente, y saben además que no los abandono por unas cuantas gotas.
En la playa, ocupando las arenas vacías y anegadas, las gaviotas se asientan, en quietas bandadas. A una bien medida distancia unas de otras, aguantan impávidas el embate del viento y las olas. Sólo aparecen cuando saben que nadie va a porfiar y competir con ellas por un espacio inclemente, húmedo, desangelado, invernal y frio. Entonces acuden sin recelos, adueñándose de la lluviosa soledad sin límites de la orilla marina, retadoras, desafiantes, altivas.
Por la tarde, ha cesado el chubasco, algo se han secado las calles, el aire es húmedo y fresco. La agenda vacía me hace rebotar y recuperar en breves instantes el camino de vuelta a casa.
Regreso por el parque, la vegetación palpita llena de vida. El agua caída le ha restituido un carácter lleno de vigor y lozanía
Con el té , hoy a las cinco, la luz comienza a declinar suavemente. Con tierna amabilidad se va despiendo el día.
3 Enero 2008
© Acuario 2009
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