sábado, 1 de mayo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO
















MAYO 1 Sábado


Invisible transparencia el alba, azul ilimitado la madrugada, mientras el sol estalla súbito e impaciente con lentitud eterna sobre el horizonte de los montes que al este cierran la ensenada dormida. El mar apenas respira, se mece quieto, alguna ola alcanza la orilla vacía y solitaria aún en sombras. El viento proviene del interior, de tierra, noroeste decidido y fresco todavía.

Defendido de tanta claridad por el entoldado extendido puedo tomarme un tiempo leyendo. La red te ofrece información que puedes contrastar adecuada y exhaustivamente, y valoraciones comentadas de los hechos que otros medios manipulan y maquillan, cuando no soslayan y ocultan. Al final no tienes otra que el horizonte lleno de luz y limpia distancia, y el mar rebosando azules e iluminados cobaltos que con sólo verlos el ánimo te cambia.

Es media mañana cuando con un silbido estoy ya en la calle llamando a Vicky que aparece al pronto, en busca de su desayuno. A la gata como a mí nos gusta el tiempo caluroso, callejeros ambos, ella en su pequeño mundo y yo andando de un lado a otro. Siempre me he dicho que el calor es simpático, que nos brinda la vida al aire libre de las ciudades, de los campos y playas, que determina encuentros y conversaciones, ofreciéndonos la oportunidad de ser comunicativos y abiertos.

Bajo el ala del sombrero me llevo la sombra que preciso, y dejo alegres a las piernas tomar el camino habitual de palmeras y arenas, que hoy viene bien soleado. La playa rebosa de ocupantes y bañistas, alegres como niños estrenando el veranillo que aquí ya ha comenzado. El día es puro regocijo, la boveda del cielo se ha abierto con un espléndido añil magnético, el mar se ha vestido con sus mejores galas azules, con asombrosos turquesas vivos y palpitantes, con la dulce maravilla de cobaltos excelsos.

Piratilla también se protege de tanto arrebato de calor, prefiere la atemperada sombra de su cubículo. Pero sale al instante nada más me oye prepararle la hoja de aluminio en la que le pongo el contenido de una o dos latas de comida preparada que le llevo. Hoy tiene apetito, está impaciente, y me lo dice con maullidos bajitos y cortos, bien expresivos. Le cambio el agua, dos fondos recortados de botellas de plastico, siempre uno más por si hiciera falta, y prosigo mi camino.

Vuelvo callejeando por el interior sombreado y vacío del barrio. Dejo la plaza de toros a un lado, y al friso del mediodía llego a casa. Una cerveza bien fresca es inexcusable ahora.

Al comienzo de la tarde rola el viento a suroeste, poniente atlántico, se animan algunas olas con el empuje de ese aire decidido y fresco. Pero poco a poco va decayendo y de nuevo el terral recupera el espacio de una tarde ya cansada y retirándose, mientras se llena de vencejillos y golondrinas que vuelan y chillan alegres.

Las aguas toman un tono más denso, un verde oscuro esmalta su azul profundo, y la luz solar declinando descansa sus últimos rayos de oro agotado sobre las fachadas de los edificios. El paseo se llena de vida, todo el mundo aprovecha las horas más agradables del día para estirar las piernas un rato, y los perros encantados de lo mismo.

Cuando venga la luna en el vacío cielo de la noche no encontrará nada, sólo las traviesas estrellas acompañaran su libertad y su silencio de magia y plata.



© Acuario 2010

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