viernes, 7 de mayo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO













MAYO 7 Viernes


No tiene la madrugada vestido que ponerse. En la transparencia más completa, su lámina de cristal y aire parece inexistente. Quizá el viento inicia una débil brisa, pero el mar no quiere enterarse, sigue durmiendo entre las últimas sombras de la noche que dan peso y fuerza a los densos azules de sus aguas sin oleaje. La bahía quiere aguardar confiada, quiere esperar pese a todo, hasta que rompa el alba. Un silencio lejano camina sin pasos por la orilla de la playa, apenas un leve murmullo de la mar lo acompaña. Las palmeras expectantes muestran estar atentas, buscan el sol que les gusta, por más que la sal y el calor les deje las palmas agostadas.

Hoy todo se mueve más rápido, me entretengo menos tiempo en la ducha, mejor ni leo noticias, salgo temprano de casa. Hay que estar de vuelta a media mañana, tenemos cita con Hacienda para ultimar la declaración de la renta. Nada hay seguro en la vida, salvo la muerte y los impuestos, decía Benjamin Franklin. Vicky me mira sin comprender nada, una caricia le sobra y basta, un poco de comida, tumbarse un rato al calor de la mañana que comienza, ¿que más se precisa?.

El camino se despliega lentamente, mientras lo recorro con menos parsimonia de lo habitual. Piratilla ronronea tras saciar su apetito, y no quiere dejarme ir, buscando mimos. A la vuelta aunque sólo sea un instante, le digo cualquier cosa, algún piropo, y continúo. Comienza a picarse el mar, a levantar espumas y olas, el viento del suroeste viene entrando decidido.

La delegación de hacienda está cerca, diez minutos a paso tranquilo. Terminado todo, una cerveza, para pasar el mal trago que estas cosas llevan consigo. El mediodía ha llegado, el mar bulle de luces y reflejos, las espumas abren blancos caminos para las olas por toda la bahía, las verdes aguas se llenan de vida, se agitan, inician un dialógo que habla de eternidad dormida, de lejanía, de tiempos perdidos.

La tarde resiste como puede la ventolera, mientras el sol amable mitiga con suave calor el escalofrío del aire intempestivo. Al terminar el trabajo, el paseo de vuelta me lleva atravesando la actividad ciudadana, la tranquila sencillez de la arboleda del parque, ¿ que voy pensando ?... nada, dejo que los pasos sean ellos mismos.

El crepúsculo culmina las amables horas del día, un navío enfila ayudado por el práctico la bocana del puerto, su destino es disiparse en el horizonte ensombrecido, camino de una huída sin final ni principio.

La noche entra sin pedir permiso, suya es la oscura determinación que llena de infinito al mar y al cielo, que los hace uno solo, siendo tan distintos.



© Acuario 2010

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