miércoles, 12 de mayo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO














MAYO 12 Miércoles


Las nubes acuden a ver el espectáculo del sol naciente, y sin darse cuenta pierden sus azules, sus lentos grises, una llama interior las transforma en rescoldos evanescentes y aéreos. El mar igual a sí mismo no tiene en cuenta ni le importa ser espejo vivo del cielo, reflejo de la luz de la mañana. Sus quietas aguas permanecen sólo levemente trémulas, ignorantes de los celestes espacios que en ellas se miran. Una brisa ligera pasea sin prisa por la vacía orilla. Las arenas nada piden, nada piensan, mientras un leve rocío desciende invisible humedeciendo su inmóvil ocre detenido y sus distancias se extienden sin límites sobre la ribera marina.

El día se carga de nubosidad, el mar adquiere un cromatismo ceniza, quizá alguna gota rezuma y gotea, pero ninguna más le sigue, solitarias quedan las atrevidas, señalando con punteado evanescente su ligero impacto sobre la arena. El palmeral espera, o la luz o la lluvia. Pero es ya el mediodía y nada sucede, las nubes se retiran en parte, el sol tímidamente comienza.

Cuando vuelvo a casa, elevo bien los toldos, las plantas agradecen la luminosidad cada vez más completa, y Aurora, la tortuga, subida a su rinconcito de piedras, extiende sus patas traseras, bien abiertas, tomando el sol plácidamente, con deleite, cerrando los ojos casi extasiada. Los felinos callejeros contentos, y bien saciados quedaron con su desayuno y su tentempié de boquerones que les puse a la vuelta de la compra.

La tarde es amable, a medias nubosa, el poniente, el suroeste animado mece las copas de la arboleda del parque, y de improviso cae un chaparrón ya llegando al trabajo, que me obliga a apresurarme ante la perspectiva de presentarme alegremente mojado. Hoy tengo actividad completa, ininterrumpida casi. Cuando termino parece que los chubascos quieren jugar conmigo, de nuevo se inicia otro, pero lo eludo afortunadamente con un oportuno taxi que me evita un remojón intempestivo.

Al llegar a casa, todo termina, el mar azul denso, oscuro, sólo tiene a la playa solitaria, apagándose bajo un crepúsculo cada vez más alejado y huidizo. El sol baña con su último adios meláncolico y dorado las casas, los buques en el puerto, y a las nubes caprichosas que han quedado olvidadas sobre un horizonte que se va perdiendo inevitable y confuso.

Las luces y balizas de dos buques se destacan en las azules y crecientes sombras de la bahía. La noche joven e insegura no sabe decir si son o nó estrellas que se le hubieran deslizado de su manto de opaca tiniebla.



© Acuario 2010

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