jueves, 13 de mayo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO
































MAYO 13 Jueves


El mar y el cielo parecen encontrarse solos cuando se inicia la mañana, apenas hay alguna nube que al pronto desaparece y cede sus espacios al firmamento, mientras éste se abandona en el espejo del mar, azul contenido y quieto. El aire ingrávido y transparente ha desaparecido y deja solitaria a la bahía resonando en su limpio vacío, en su inmensidad abierta bajo la luz del sol que comienza a tomar calor y altura. No hay viento, las palmeras abaten sus palmas resignadas, en tanto que escapa alegre de sus altas copas la festiva trapatiesta canora de trinos y silbos. Las arenas pierden su faz oscura, la orilla descansa inmóvil y silenciosa, sin olas. El día comienza, en mayestática lentitud apresurada.

Hacia media mañana aparecen algunos altos nimbos, blancos y oscuros, mientras se escapan unas pocas gotas ingrávidas que planean, mínimas y frescas. Al rato el sol luce, y a poco se nubla. Todo se mueve indeterminado y caprichoso, fugaz e inesperado, entre la luz sorpresiva y la suave sombra bajo las nubes traviesas. Vicky se agazapa, se medio esconde tras una moto aparcada sobre la acera. Con un saludo de maullidos me va contando que está alegre de verme, y que bien que el desayuno ha llegado, y que no ha pasado nada importante en el barrio que haya visto ella. Y se pone a comer con pausada parsimonia.

El camino de arenas está renovado, tanto que algunos vehículos de reparto de bebidas a los chiringuitos se quedan atascados en su blanda superficie, antes más firme y compacta. El reciente trabajo de remodelación y movimiento de su superficie ha acarreado dichos inconvenientes, quizá maliciosamente buscados por las autoridades que le tienen declarada la guerra a los establecimientos a pié de playa. Piratilla no sabe a qué viene tanto trajín humano, de quita y pon arena, ella sale como si tal cosa de su agujero, ahora sólo hueco desnudo en el muro de piedra. Alguien por la noche acude y le deja más comida, cuyo sobrante queda a la vista, y así con tanta cena extra, al día siguiente el desayuno lo acepta un poco por compromiso, y tal vez por amistad hacia mí no lo desprecia del todo. Pero como el día es largo sobremanera, se lo dejo dentro a buen recaudo, y le renuevo su agua.

El mediodía es soleado y cálido. Los bañistas lo agradecen, la playa se llena de visitantes, y las aguas de nadadores, o más bien simplemente sólo se atreven a un entrar y salir, que denota que el agua todavía no está suficientemente templada. Un ligero poniente puebla las aguas con un risueño vaivén de olas.

Cuando termino mis tareas, volver a caminar un rato es relajante, agradable. Sobre todo autobiografías, más que novelas, es lo que me gusta leer, la realidad sin inventos, que aún así el discurso lleva la inevitable distorsión de lo subjetivo. Pues el caso es que, acabadas de leer las "Memorias de un burgués", me entero que continuan en otro volumen, "Tierra, tierra", así han traducido el título de esta segunda parte de las memorias del húngaro Sándor Márai. Y eso es lo que busco en una librería que me coge de vuelta. Pero hay que encargarlo, e incluso puede estar agotado en edición de bolsillo. Ya veremos.

Vuelvo a traves de la suave oscuridad de la arboleda del parque, y al llegar a casa, en la bahía se elevan enfáticos y ampulosos los nimbos que el sol dora. El horizonte desaparece entre las sombras, y la noche azul y eterna comienza. En la orilla el rumor de las olas sólo encuentra a la soledad de la playa para que le escuche y atienda.

Noche sin luna, apenas una luz abandonada en la negra lejanía del mar oculto en penumbra. Las estrellas son las únicas dueñas de este universo de tinieblas.




© Acuario 2010

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