lunes, 3 de mayo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO




















MAYO 3 Lunes


Arrecia el noroeste, viento de tierra, pero la bahía no quiere enterarse. Protegida en parte del embate del aire por las edificaciones en la línea de costa, la mar apenas se mueve. Sin olas, detenidas las aguas, el viento escribe inquietas ráfagas de azules diversos sobre la superficie inmóvil de la ensenada. La luna no quiere irse, ha anclado su blanca vela redonda en el azul ilimitado y fresco de la madrugada. En la lejanía centellean las insomnes balizas aún despiertas de un navío entre las sombras anclado. Sus luces delatan su estático aleteo, su férrea presencia recortándose sobre un horizonte que clarea lentamente. En la orilla vacía, la mar desnuda sin espumas ni oleaje apenas murmura.

El tráfico de vehículos extiende los iluminados ojos de sus faros por todos los accesos que acuden a la ciudad, mientras se inicia el súbito amanecer del sol superando los perfiles de los montes al este. Saben las aves que viven ya en el paraiso, y con trinos y gorjeos ponen su empeño en cantarlo y celebrarlo. Frente a las bocacalles sobre las que el viento enfila sus invisibles y fluidos caudales aéreos las palmeras cabecean aturdidas e indefensas.

Recompongo el entramado de mis horas y de mis hábitos y acudo al encuentro de Vicky que me espera, al medio sol inicial de la mañana. La playa indolente aguarda a sus bañistas, mientras el camino de arenas despliega sus distancias bajo mis pasos. El sol ha tomado al asalto el limpio cristal del firmamento, nada detiene su fulgor, el rayo de su luz que no cesa, que baña de reflejos y destellos el palpitante turquesa de las aguas.

Piratilla sale a mi encuentro, y se zampa media lata en un instante, bueno, en dos instantes, los felinos son siempre parsimoniosos comiendo aunque tengan apetito.

No se puede pedir más luz al mediodía, la playa hoy menos abrumada de visitas abre sus espacios soleados a las sombrillas y toallas que salpican de color sus arenas. Las aguas estallan de color mientras el viento burila estremecidos temblores en la superficie de sus azules palpitantes y vivos.

Tengo trabajo entretenido e incesante, pero cuando termino el paseo de vuelta me brinda la posibilidad de reciclar mis ideas y descargar las piernas, de alegrar el ánimo con el agradable ejercicio que ofrece el camino.

La tarde declina, sólo algunas mínimas nubes perdidas sobre el horizonte distante y ausente que nada sabe, mientras el mar ha tomado la decisión de olvidarse de sí mismo y calla obstinado en una orilla que va adormeciéndose en la confusa densidad de una noche que acude sin prisa, dueña de todas la estrellas, radiante de infinito.




© Acuario 2010

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