domingo, 28 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO
















MARZO 28 Domingo de Ramos


Abriendo los misterios de la noche con su rayo de fuego, el sol naciente hace suyas las aguas de la bahía. Nada detiene su asalto de color y luz, el día nace en sus manos. Lentamente las arenas de la playa recuperan forma y cromatismo, en la orilla la línea de sus espumas comienzan a ser blancas mientras la ribera entrega su vacía soledad a la matinal claridad que la inunda. Una suave brisa acude de tierra, norte y ligera, cristal de fría transparencia. El mar se extiende en callada calma y el espejo de la bahía estalla en reflejos de líquidas llamas.

Sin apenas viandantes encuentro la calle a primera hora. Tan temprano es, que a Vicky debe habérsele olvidado el cambio de hora y de momento no aparece. Me doy una vuelta al edificio y le silbo hasta la Marsellesa, pero nada.

Aunque corredores no faltan, el camino se abre en toda su alegre distancia, mientras el cielo se diluye en celeste suave con un desvanecido velo de blanquecina nubosidad. El sol relaja su calor y entibia su luz, la mañana es sedosa, beatífica.

Piratilla sí está. Desde lejos me distingue y viene a mi encuentro con el rabo alzado como señal de reconocimiento. Se me ha olvidado traer la hoja de aluminio que uso para ponerle su comida, pero la del día anterior que recupero del interior de su habitáculo sirve dándole la vuelta. Le añado un poco de agua nueva y se queda desayunando más contenta que unas pascuas.

Vuelvo por el interior del barrio, el sol ha abierto ya por completo el cielo y es mejor caminar por la buena y fresca sombra. En algún edificio antiguo se ha construido a la antigua usanza ancestral, árabe y romana: un patio central con un discreto jardín. Desde la calle puede verse uno especialmente hermoso, en el fresco espacio del recinto el aroma del azahar, la deliciosa fragancia del naranjo se recoge y su discreta umbría mantiene trasminando y abierta la delicada flor.

A la vuelta ya está esperándome Vicky, escondida bajo los sillones de mimbre de una soleada terraza. Come con buen apetito, y luego se estira con satisfaccion, alarga incluso sus uñas abiertas y luego se lava minuciosamente con una y otra pata.

La playa se ha llenado, pero pocos se animan al chapuzón con la terca frialdad del agua todavía. Alguna vela pasa lenta mientras el horizonte silencioso la observa. Las palmeras se bañan de sol y refrescante brisa.

La tarde despliega unas horas que parecen no pasar, detenidas, quietas. Una media luz velada apenas desde un cielo blanquecino que sestea y sueña.

El crepúsculo vuelve a delirar con sus malvas y rosas, las aguas quieren ser gemas desconocidas, berilio o tenue granate, la mar es un campo de suaves amapolas. La luna desde el cielo curiosea, quizá envidiosa.

Comienza la noche o termina el día. De ambas caras está hecha la moneda que el tiempo nos presta. Hasta que el infinito nos entrega la suya, esa sí, eterna.



© Acuario 2010

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