domingo, 14 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO











MARZO 14 Domingo


Casi disculpándose por quebrar la suave alborada, el rojo fuego del sol intenta ser sólo apenas moderado y tibio. El agua se olvida de ser quien y cómo es, y extiende bajo el cíclope ojo solar el enrojecido azogue de un mágico y líquido espejo. El mar sin olas, cree hallar en sueños de nácar y arena caracolas que le arrullan y en voz baja le cantan. Apenas hay brisa alguna, la soledad todo lo hace suyo en la playa. Un nuevo día sobre las últimas sombras se alza.

La mañana ha hecho entrega de su primera ofrenda, aire fresco, rezumando madrugada, envuelto en el amable sol primero, de luz candorosa y leve. La calle comienza a animarse. Silbidillo con el que aviso a Vicky, y dejándole una carantoña y algo de comida, me pongo en marcha. El camino recibe alegremente la visita de corredores, paseantes, un extenso, plural y festivo mundo, perros incluidos, que en esas iniciales horas de un domingo todos ellos acuden simplemente a disfrutar de la vida. El horizonte se llena de infinito, el cielo de calma. Todo el palmeral que circunvala la bahía reposa, y a veces con ligero asentimiento sus palmas se remueven en la caricia de una etérea brisa. El firmamento ofrece su pálido azul, y el blanco contrapunto también de alguna nubecilla desenvuelta.

Piratilla está a resguardo, tanto paseante con perro más o menos grandote y a veces suelto no le hace mucha gracia. Pero sale con presteza cuando la llamo y yo por mi parte apruebo su prudencia. Le dejo dentro de su guarida su ración alimenticia para que la deguste sin sobresaltos y sin prisas. A la vuelta un ligero, y a veces quizá vivaracho, levante me acompaña.

Una llovizna amable y menuda es hoy el mediodía. Cae intermitente por cierto tiempo, y finalmente se detiene. En la lejanía forma pálidos velos que envuelven con difusa apariencia todas las distancias.

La tarde se inicia volviendo a ser sol, aunque suave y algo somnoliento. La playa ha quedado solitaria, quizá sólo dos o tres han tomado asiento en la arena de la orilla. Horas de ocio y reposo, que a veces se deslizan hacia una inadvertida siesta. Horas que parecen inacabables, perfectas.

El crepúsculo va llevándose la luz lentamente, cambia el liviano azul del mar y lo hace más denso y sólido, más profundo y ceniza.

Su fértil espacio de anhelos y sueños, el hechizo de contener todas las esperanzas, todos los abrazos que se dan, o se sueñan, trae siempre la noche. En la amable seda de su estandarte de sombras y deseos, las alas de los mios también alguna vez estuvieron.

Un día, no sé cuando, la magia del infinito los inflamó en su vuelo.



© Acuario 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario