jueves, 18 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO












MARZO 18 Jueves


Arriba y abajo, cielo y aguas ceñidos en un mismo tenue, meláncólico y suave gris azul. Así alborea en esta confusa mañana que se desconoce a sí misma. La playa muestra una orilla en calma, apenas alguna ola escasa, y el horizonte ignorado, se ha desvanecido indeciso y estéril. El aire detenido, envuelto en el silencio, nada se mueve en la única luz blanquecina que todo lo inunda.

Estos días sin sol, en los que ni se le ve ni aparece entre el extenso campo uniforme de nubes, dan un respiro a la vegetación abrumada bajo la inundación de luz que se desploma habitualmente desde el cielo. Las horas diurnas se hacen blandas y sugestivas, sencillas. El camino se hace más facil, la mirada amplia su distancia, menos abatida, más desenvuelta y libre.

Todo sigue en la continuidad habitual y tranquila del barrio, y paso a paso me dejo llevar por mi costumbre de caminante, lindando la orilla. En apagado rumor oculto, las aguas de un verde azul ceniza, quietas, estáticas.

Hay intensa actividad ya en marcha en el chiringuito cercano a Piratilla. Los operarios lo van arreglando y pintan y encalan paredes. Los trabajadores han traído con ellos a su mascota Ruby. Una perrita traviesa que ya me conoce de otros años y me saluda cuando me ve, pero que tiene la costumbre de lanzarse a la carrera ladrando para asustar a su vecina la gata. Pese a lo pequeña que es, consigue con su animosidad corriendo y la esforzada algarabía que producen sus ladridos, intimidar a Piratilla, que en cuanto la ve venir como una loca, no tarda ni un segundo en meterse dentro de su refugio. Nunca llegan a pelearse, quizá la gata piense sabiamente que es mejor quitarse de en medio, y dejar a Ruby creerse la ufana propietaria de la playa.

El mediodía es amable, las aguas toman un tono metálico, verdoso, apaciguado. Las distancias empiezan a intentar dibujarse, pero con dudosa apariencia todavía.

El trabajo es escaso, al terminar vuelvo caminando al pié de la fortificación árabe que corona un altozano a las espaldas del barrio. Los paños de sus muros expresan silenciosos el oscuro rostro del tiempo.

La tarde se hace noche y la nubosidad todo lo envuelve. La playa es apagado rumor, el cielo se ilumina de salmón velado y ambiguo.

Más allá de la nebulosidad oscura y caótica, sobre la borrosa dimensión que envuelve a la noche, la segura certeza del universo constelado y pleno, estelar y diáfano, es el claro astrolabio que me sonríe y con serena destreza me guía.



© Acuario 2010

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