martes, 16 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO









MARZO 16 Martes


A traves del laberinto de la noche, orientando su camino en las astrales cartas de los druidas, resolviendo los oscuros cantos de los chamanes, iluminando las ocultas adivinaciones de los arúspices, interpretando los códigos celestes, descifrando los mensajes de las constelaciones, el sol ha encontrado de nuevo su carro de fuego, su arrebolado y único destino y ofrenda su antorcha de luz que surge deífica sobre un horizonte asombrado y se alza incontenible ante una oscuridad atónita, vencida de inmediato, esclarecida a su pesar, temerosa y fugitiva. La noche ha terminado, el alba anuncia ya un nuevo día.

Aunque el viento es ligero, el mar brota potente, lleno de oleaje, majestuoso, soberbio. La orilla se estremece y la rompiente ruge, blanca y azul, elevando su hipnótica y continua salmodia por encima de la sonora actividad cotidiana de la ciudad, encubriendo la algarabía alegre y festiva de las aves, dichosas siempre sencillamente por celebrar la vida. El oscuro azul lleno de sombras de las aguas va tomando ligereza, se hace cobalto, y luego se transmuta en frío turquesa. El mar proclama su fuerza, su sabia percepción de los humanos y sus artimañas, su profundo conocimiento de sus enredos y sus farsas. La playa abrumada, se satura de húmeda sal, se rinde a la magnificencia de las aguas agitadas y bellas.

Soleándose en reposo, estas primeras horas matinales son la renovada eclosión completa de la luz. Su ilimitado destello cegador y vehemente se abre sobre el sendero de arenas, llevando al paseante de nuevo al límite de la percepción, a la irrealidad de los instantes, al hedonismo cromático de todos los humildes elementos que encuentra en su camino. A su lado el horizonte despliega siempre la locura del infinito.

Ha tenido suerte Piratilla, le han respetado su cubículo de piedras. Los trabajos con maquinaria pesada limpiando de hierbajos la base del muro en el que su guarida se asienta, han pasado al lado de su refugio sin tocarlo, no le han tirado ni removido su pequeña casa. Parece que se ha ganado un lugar en el aprecio de los trabajadores de la playa. Me alegro por ella, hoy especialmente celebro poder llevarle una caricia.

El mediodía es aún más oleaje, creciendo blanco y cegador bajo la radiante luminosidad del astro sol en su cenit. Las palmeras comienzan a mecerse en un viento todavía ligero que llega del este. Aunque la playa tiene bañistas, pocos se atreven a tomarlo con estas aguas furiosas y rugientes.

Al salir del trabajo, sobre el cielo un entramado de nubes formando hilachas algodonosas, y las bandadas de gaviotas, que sobrevuelan las calles cercanas al puerto planeando con grácil facilidad y elegancia. Por el parque la vegetacion descansa.

Una larga docena de cañas enhiestas en la noche, esperando piquen los peces, recorre la extensión de la ribera marina. Por encima de ellas sobrenada la ligera bruma que forma el batir de las aguas, la rompiente en la orilla.

El día ha terminado, incluso a veces lo que nunca comenzó asimismo acaba. Pero la escena de la bóveda de la noche, el eterno itinerario de su inmaculada ofrenda, se abre siempre al desconocido sueño que es la vida.




© Acuario 2010

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