viernes, 12 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO











MARZO 12 Viernes


¡ Que fácil le es a la mañana elevar el vuelo !. Con alado impulso, llena de dorada luz, nada guarda en su memoria. Pasó la madrugada, entre alguna llovizna ligera, entre el silencio y las sombras, y su tiempo terminó antes de que pudiera advertirlo.

Indiferente y blanco perfil sobre las aguas, el Melillero, el barco que une a la ciudad cada noche con África, acude sereno y entra con puntual pericia, solitario y con desenvuelta destreza, en la rada del puerto. Un nuevo día comienza de nuevo.

Voy contemplando el desenlace del alba, mientras inéditas renacen todas las esperanzas de los ciudadanos y la mañana abre sus espacios, su dimensión apresurada, en tanto que, con sus faros como resplandecientes ojos, los vehículos acuden insomnes en caravana de luces. La aurora quiebra sigilosa en la bóveda del cielo la última oscuridad de la noche, ya pasada.

Magistral el silencio, templado en trinos y silbos, con algún gorjeo, y a veces el enigmático lamento sincopado y repetitivo de las gaviotas. La playa en completa precariedad de olas, sin ellas, calla.

Le debo gratitud a cada instante de luz y asombro diario, a todo un tiempo que se reinicia cada día, incluso también al equívoco tanteo de aciertos y errores que es la vida. Una ligera brisa dibuja azules distintos sobre las aguas, mientras leve e indecisa parece querer detenerse por fin de tantos caminos y de tantas distancias recorridas.

Recojo al personaje que visto en esta comedia de la sociedad humana, y con él me adentro en la libertad de mi propia y desconocida ignorancia. La mañana se enjoya radiante, el cielo es un único zafiro refulgente, el suave norte ha despejado la bóveda del cielo, el sol proclama incesante su alegría de calor y vida. La espléndida temperatura anuncia ya la inminente primavera.

Ir y venir, sin más que dejar que la existencia siga. Caminar sin apremio, dueño del tiempo, sin consultar nunca a un reloj muerto de risa, y cuando ya se da uno cuenta hay que volver, sin pararse, sin entretenerse, pero nunca con prisa. El infinito rebosando en cada instante, en cada minuto. El horizonte me imita, es dichoso siendo sólo y nada más que él mismo.

Dos buenos bramidos de la sirena, y tras ellos, un crucero larga amarras. Enfila la dulce lejanía azul del Mediterráneo, y se diluye en una distancia iluminada y estática. El mediodía es absolutamente toda una obra de arte que nadie observa.

Termino mi trabajo, y ya a la salida veo como las gaviotas curiosean a los peatones en las calles aledañas al puerto. Acostumbradas ya, forman parte de la misma actividad urbana. En el parque la luz última de la tarde dora con delicadeza la arboleda, las altas palmeras.

LLega la noche, las luces de la ciudad que enmarcan la ensenada se derraman y espejean sobre la mar oscura y detenida. Una estrella en alto se destaca, clara y diamantina.

Fondo y forma, silencio y palabras, el yo y sus máscaras, noche y día. Hasta siempre y adiós, o si así lo prefieres,............... ¡ hola !.




© Acuario 2010


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