viernes, 26 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO
























MARZO 26 Viernes


Luego de incendiar el horizonte el sol huye quizá avergonzado de su flamígera y penetrante mirada y se oculta tras una delgada y entreabierta cortina de nubes. El mar se toma un respiro, ha logrado recuperar sus azules después de sufrir la invasión de encendidos rojos, fulgurantes amarillos y esplendorosos fucsias. De nuevo la bahía recupera su tiempo, la mañana vuelve a ser suya. La orilla amedrentada apenas murmura, unas lánguidas y temerosas olas se dejan caer desmadejadas en blancas y leves espumas sobre las vacías arenas. La ciudad siempre logra sobrevivir al asalto del alba munida con su lejana indiferencia.

Sólo las aves sobrecogidas, asombradas, festivas y alegres, proclaman con sus trinos su pertenencia al gran milagro de la vida. Las palmeras siempre estólidas callan, observan, nada más entregan sus murmullos a la brisa, y el aire del norte es aún ligero y leve, apenas logra mover sus palmas, no consigue provocar su rumor ni sus confidencias. De un lado a otro los peatones buscan el camino más corto, sus afanes los ciegan, sus asuntos les ocultan el misterio en el que viven y del que participan.

Aún ligeramente resfriada Vicky aparece de inmediato en cuanto piso la calle. Le dejo algo de comida, y me voy a gestionar dos papeles en la oficina bancaria, cercana y afortunadamente vacía, apenas tardo. La playa comienza a recibir visitantes, incluso animosos bañistas. En el camino encuentro abiertos los chiringuitos, preparando mesas y tumbonas en la arena bajo las sombrillas de esparto requemadas y demolidas por el sol de los veranos, sol de justicia, que a todos por igual asola y alcanza.

El horizonte sonríe con la mejor de sus sonrisas, abierto a buques y balandros, bajo la claridad tibia del sol apenas velado tras las pálidas y detenidas nubes altas, que llenan a medias de trazos blancos la página por escribir del cielo del mediodía. Hoy se me ha hecho tarde, e impaciente Piratilla me espera a la puerta de su pequeña cueva de piedras. La máquina de limpiar la playa pasa incesante cerniendo la arena, dejando surcos que se pierden en las distancias de la ribera marina.

Es agradable andar de vuelta, protegido por estas medias nubes, en esta media luz suave que no pesa. El paseo se llena de turistas y caminantes, el viento norte toma alguna fuerza, y anda de acá para allá, fresco y estimulante. La primavera lo ha convencido, y ha dejado de ser frío.

La tarde es de nuevo espacio para la luz completa, el cielo se rinde en parte, las nubes ceden más espacio, la ciudad se ilumina. Cuando vuelvo caminando tras el trabajo, se me van perdiendo paso a paso los pensamientos que no deseo. El crepúsculo reviste la líquida superficie del puerto con sus quimeras, con su fugitivo color de dorados sueños y aérea belleza.

Sobre la bahía, asomada la luna en lo alto, el día se despide con un delirante rosa, que las aguas marinas reflejan en silencio, tranquilas. Topacio, crisólito, olivinio, esmeralda, calcedonia, jaspe, zafiro, amatista, jacinto, granate almandino, aguamarina, ónix, ágata, son los basamentos de la Jerusalem Celeste ( Yerushalayim ).

La noche me ofrece sólo uno, ni un palmo de tierra en que asentar el pié, así es de efímera la existencia.

Pero ante nosotros la Puerta de Oriente se abrirá, ofreciéndonos un imperecedero rencuentro.




© Acuario 2010

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