miércoles, 24 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO














MARZO 24 Miércoles


El viento de levante caprichoso y travieso ha traído todas las nubes que ha encontrado en su camino y el sol no encuentra resquicio, no tiene rendija para atisbar desde su atalaya de luz. La mañana se extiende en suave claroscuro mientras las olas impacientes crecen y se agitan. La playa murmura y rezonga en la rompiente de la orilla. Grises y azules las inquietas aguas se adornan con las blancas diademas que les ofrecen las alegres espumas. Las palmeras se mecen y levemente cabecean asperjadas por algunas escasas gotas intrépidas que quieren iniciar una ligera llovizna.

Hay que volver a la camiseta, sólo la camisa y el chaleco no bastan. En los callejones entre los edificios el aire sisea y alborota atrevido y juguetón. Pero Vicky no se despista, en cuanto salgo viene detrás mía. Busco un lugar poco combatido por la ventolera para dejarle algo con que iniciar el día, mientras por mi parte comienzo mi paseo bajo la turbulenta claridad grisácea del dosel de nubes que revueltas y veleidosas unas a otras se persiguen y vuelan.

El mar ha tomado un espléndido aspecto, a veces suave verde ceniza, ambarino gris o azul grisáceo, en la lejanía se reviste de oscuro y denso índigo. La costa vuelve a mostrar una estampa indómita, solitaria, brumosa. El viento revuelve en el aire el salobre marino, y lleva el salitre como blanquecina escarcha sobre todo lo que encuentra.

Como Rubi la perrita del chiringuito sabe que llevo comida para su vecina la gata, no hace otra cosa que seguirme, a ver si algo pilla. Pero las latas de comida felina no parecen ser de su agrado, y lo que le ofrezco lo huele, pero no lo prueba. Proclama su dominio del terreno con dos o tres ladridos, y a continuacion se aleja. A Piratilla no le hace mucha gracia tanta alharaca, pero escondida en su refugio come lo que le llevo y luego se duerme tan tranquila.

La larga línea del paseo se hace otra bajo la seda gris de la mañana nublada. Las palmeras que la enmarcan no cesan de agitar sus palmas, cobran un aspecto desasosegado e intranquilo.

Hacia la mitad del día el sol logra llevar su luz sobre la ciudad y la playa, pero es una imprecisa luminosidad debilitada. Con la tarde finalmente las nubes retoman por completo la plenitud de sus espacios aéreos. Cuando vuelvo el viento ha cesado, sólo remueven la arboleda del parque los sonidos de las aves.

En la ensenada del puerto hay largas canoas de remeros entrenando, sus piraguas van de un lado a otro de las ensimismadas y abstraídas aguas del amplio fondeadero.

Con la noche la bahía parece perder sus límites, alejarse y desaparecer. La mar más serena, se ofrece rumorosa en la orilla.

El horizonte ostenta el único brillo en la distancia de alguna barca en su faena. La lejanía del ayer hace aún más refulgente tu ausencia.




© Acuario 2010

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