miércoles, 10 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO



MARZO 10 Miércoles


Encaramada en el azul cristal del cielo la luna se ha quedado hoy rezagada, viendo con extrañeza arder al horizonte, aunque sin llamas. Sobre la ensenada el sol se acerca con su fuego, y un etéreo naranja se extiende dominador y cálido, simulando una mañana menos fresca. El primer rayo solar que rompe el día es extenso, vehemente, apasionado, no amaina hasta llegar a la orilla, a la que lleva sus líquidos reflejos de oro celeste y volátil. La húmeda arena espejea y se reviste fugazmente de su aurea y entregada luminiscencia.

La playa olvida su nocturna soledad de inmediato, la luz la viste con iluminado entusiasmo, le entrega cada día una nueva vida. La inquieta población de gorrioncillos celebra gorjeando su humilde y feliz existencia, la calle se llena de sus alegres arpegios, de su festiva sencillez mínima. De un lado a otro, peatones y corredores, cada cual a su modo le da comienzo a la diaria jornada.

Fiel a sus costumbres, siempre friolera, ¿dónde iba a estar una gata?. Escondida entre las sillas y mesas de una terraza, frente al cálido sol, acechando invariablemente oculta. No hace falta llamarla, sé donde está, y apenas medio silbido sobra, Vicky acude a su desayuno, saludándome con un largo y modulado maullido, se diría que, curiosa ella, hasta las noticias del barrio me comenta.

Agradable es ponerse en marcha. La fresca y soleada mañana, el cielo limpio y abierto, comienzan a inundar con su ánimo todo los vacíos pensamientos que por mis bolsillos se enredan. El horizonte camina siempre a mi lado, pero él también siempre ya ha llegado a todos los sitios cuando yo lo hago. Las palmeras se asombran ante tanta demostración de instantánea rapidez, y no lo terminan de entender, al verlo siempre aparentemente tan quieto y detenido, allá en su inalcanzable lejanía.

El mediodía trae algunas nubes estáticas, altas, intrépidas. Dibujan filigramas blancas y casi transparentes, como ensambladura de aéreo y luminoso vapor níveo. El mar a sus pies recupera sus cobaltos, sus fluidos turquesas. Un ligero levante anima a las aguas, la orilla recobra alguna inquietud. Algún bañista aparece, pero nadie se anima a otra cosa que a tumbarse en la arena y solearse sobre ella.

Cuando vuelvo por la tarde a casa, paso al lado del acuático rumor en el parque de una pequeña cascada. ¿qué mejor que conversar con quien todo lo sabe, aunque nunca dice nada? Entro en el barrio por el paseo que da al puerto. El crepúsculo, en esas horas últimas de luz, siempre regala su inspirada imaginación a la dársena, el sueño de unos colores que se disipan sin darse importancia.

La noche es fresca, temblando estremecida se asoma alguna estrella. La mar respira tranquila.

El eco dormido de tu palabra, de tus sueños, reverbera luminoso en las sombras.



© Acuario 2010

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