jueves, 11 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO











MARZO 11 Jueves




Con la fuerza de su luz incomparable el sol culmina el delirio de una aurora que no sabe qué hacer con el rojo fuego que la consume y transforma. La noche ha dejado en las aguas sus sombras abandonadas, y el líquido rayo solar que anuncia el día recorre la ensenada devolviendo la luz al ahora sedente oceáno de tus palabras. Sobre la orilla se derrama el estelar e inaudito oro que cada mañana el estallido del astro rey regala.

Los mirlos, ( huiiiiíí , fiuuuuuuu, fiuuuuuu ), entonan sus escalas, afinan sus bemoles, desafían al mundo con sus corcheas y semifusas. La fresca brisa que no sabe donde ir se queda admirada. Suben y bajan los tonos, se contestan, se silban, los mirlos gustan de sorprender con inesperados arpegios al caminante que pasa. La calle se despereza con lento silencio, con bostezo solitario, mientras soleándose poco a poco despierta del sueño de la madrugada.

Se pone en marcha el mundo mientras el ordenador me envía sus noticias, mensajes, radios y diatribas. Hay días como hoy, que apago el sonido y mientras en silencio leo, sólo abro la ventana. El suave reflujo sonoro de las olas que entonces me acompaña modela mejor, escéptico y lúcido, mientras leo la diaria escena humana.

Atisbando a todo el que pasa por la calle, dejo a Vicky haciendo guardia, a buen reguardo camuflada. Las festivas palmeras rompen en silenciosa alegría los entresijos del alba. El camino jamás se entretiene ni se para. El sólo está para recorrer distancias, haga sol, lluvia o viento, sólo anda, nada aguarda. La playa está limpia ya y desbrozada de cañas y ramaje, mientras la recorre alguna paloma a la rebusca entre sus arenas. Piratilla al sol tumbada, sube y baja del muro, feliz por una caricia.

Al mediodía el cielo comienza a velarse, algunas nubes altas llenan de su blanco encaje el pálido azul del firmamento. Un ligero levante remueve palmeras y olas. En el mar de resplandeciente luz turquesa se agitan los destellos sobre las aguas.

Tras acabar mis ocupaciones, a media tarde todavía, vuelvo contemplando la floración de los naranjos. Su delicado aroma me traslada a la más profunda vivencia que mi mente guarda. Noches de un ayer que me envuelven incesantes y eternas, renacen con su fragancia. Una ligera llovizna que no acaba de iniciarse me acompaña por la larga avenida del parque. El cielo nuboso se entreabre un instante sobre los muelles del puerto, envueltos en callada melancolía.

La noche ha llegado. Ya no hay levante, sólo quedaron sus cansadas olas, murmurando entre blancas espumas, desoladas y solitarias. No hay nadie en la playa.

Sal terrae, lux mundi. No hay noche ni sombras para el que asido a Su Mano, sólo sencillamente ama.



© Acuario 2010

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