jueves, 4 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

MARZO 4 Jueves




Toma la iniciativa desde el primer momento, las escasas nubes ceden a su resuelto empuje e incuestionable determinación. El dorado sol del amanecer se entrega generoso e intrépido, abre decidido la mañana con su luz sobre la ciudad y la bahía. Olas tranquilas, rezagadas, áun soñolientas, que al paso del fuego solar se transforman, se iluminan. La orilla vive en la indeterminación más inesperada, la brisa no sabe a donde dirigirse, sólo las pequeñas avecillas conocen y descifran, con su sonora alegría, el prudente sigilo que envuelve los pasos del tiempo.

Rumbo a mis tareas, en las alas de la costumbre, andarín un tanto compulsivo, pertrechado de mi más sonriente desorientación habitual, dejo una a una las ideas por el camino, atentas remirándose en los escasos charcos que aún quedan. A la vuelta les preguntaré a cada una si piensan lo mismo. Mas cuando el cielo despliega sus azules trigales, jugando con las blancas amapolas de sus nubes. ¿Cómo pisar la tierra mientras se divisa el celeste camino del infinito? Sólo el mar sabe extender su líquido abrazo mientras musita sus sueños, en inacabable reflujo sobre la orilla de inquietas espumas, de leves y efervescentes blondas de albura.

Avanza toda la plenitud del día y llega a su mitad bajo un liviano dosel de nubes, que el sol elude y olvida. Las aguas de la bahía comienzan a recuperar sus cobaltos, sus inimaginables turquesas, mientras de tanto en tanto se inunda de reflejos, los destellos reverberan y el astro rey derrama sobre la superficie marina su fulgente lava en forma de miles de estrellas.

La tarde se ensombrece. Lentamente crece la nubosidad gris y azulada que viene desde tierra. Pero no llueve, cuando vuelvo caminando acabado el trabajo, me tomo un momento de lectura en el parque, en un banco bajo las copas de los arboles mientras se revisten del último y cansado oro crepuscular que va cerrando las horas del día.

"Los dioses tienen su manera de
decirte cosas
cuando crees que sabes
mucho
o peor aún,
cuando crees
que sabes
sólo un
poco."

Sobre la rada del puerto, llegando a casa, unos altos cirros, estrechos, delgados, imprecisos, han tomado por unos instantes el deseo de ser dudosa crema rosácea. La bahía se va cerrando en sombras cuando la noche acude. Alguna estrella se destaca apenas, la bóveda nocturna está medio cerrada, ella también se debate en dudas.

Sólo la mar vive y bulle, insistente amiga. En la orilla con amable e incesante rumor de olas, su sincera opinión afectuosa murmura.



© Acuario 2010




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