lunes, 15 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO







MARZO 15 Lunes


Acostumbrado a poseerlo todo, a consumir en su propio fuego al completo cielo, señoreando la completa dimensión de un asombrado tiempo, desde su altivo rojo contempla la mañana por vez primera, inundándola y abatiéndola con absoluta terquedad y poderío. Nace el sol, llameante, flamígero.

La alborada coge por sorpresa a un mar desprevenido, tranquilo, apaciguado. Lámina azul que el amanecer estremece con el incendio del firmamento. Las alas de la brisa levemente planean sobre una orilla iluminándose con lentitud, dichosa en su ausencia, perfil de leve y blanca espuma, murmullo quedo, apenas lenta expresión de una calma ancestral y distinta, sobrehumana, oculta y sabia.

El día remonta ya sus mejores horas, la calle se anima con la cotidiana actividad, el flujo de la vida que deja sus momentáneas, ¿cómo ha de ser de otra manera?, huellas sonoras. Vehículos, peatones, el afán mueve la escena humana, mientras el sol se despereza sobre unas palmeras detenidas, llenas de sal y brisa.

Tomo el rumbo de mi diaria caminata, con la alegría renovada que mis pasos me procuran. Sobre la ciudad y la bahía comienza a soplar un agitado y fresco levante, que trae aromas de mar, que yergue olas inquietas.

El camino se desenvuelve en la fácil extensión de sus distancias, viento y sol se conjugan en perfecta ecuación de equilibrada temperatura. El breve recuento de felinos, dos gatas, está en orden. La pequeña fauna amiga comienza una jornada de relajada existencia sin apremios ni lucha. Un azul vivaracho se abre ilimitado en la celeste lejanía.

Con la mitad del día arrecia el viento, levanta olas y espumas, en la playa algunos pescadores echan sus cañas y sedales, buscando hacerse con el pescado que el mar de levante trae a la orilla.

La arboleda del parque se mece y respira con el arrebato del aire, se agita y se anima. La tarde no tiene a nadie que la entretenga, que charle con ella, todo el mundo va y viene de algun trajín, o va hacia alguna tarea.

Vuelvo de las mías cuando éstas finalizan, apretando el paso, hace algo de frío y andar rápido calienta. El mar en la ensenada ha ganado densidad, verde y azul, fuerte oleaje, alto rumor sonoro en la húmeda ribera, llena de sombras crecientes, cada vez más solitaria y desnuda.

Ya no corre el aéreo torbellino, ha cedido sus caminos a la noche. El aire guarda ya silencio.

No le es posible dar más, le es imposible el olvido.




© Acuario 2010

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