martes, 9 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO







MARZO 9 Martes




Aupándose sobre un horizonte aborrascado el sol finalmente se encarama sobre las nubes que la noche ha ido dejando olvidadas. Desencadena entonces con plena dimensión su silenciosa y potente arremetida de luz y fuego para entregarse luego y derramarse como líquida plata rosada sobre las aguas aún oscuras, azul sombrías, penetradas todavía por el misterioso eclipse de una madrugada que se ausentó con paso ágil y secreto. Unas olas de levante bien formadas, solemnes y lentas recorren la ensenada, agitando e impulsando los reflejos del sol hacia la orilla, hacia la ribera marina abrazada a su limpia soledad, que despliega sus murmullos sobre el silencio de una flamante y fresca mañana.

Por la bocana del fondeadero va entrando en el puerto el blanco barco de pasaje, como naviera gaviota, que une a la ciudad con Africa recorriendo cada noche la distancia que la separa de Melilla. De ahí el nombre de Melillero con que le llaman. El cielo se viste de suaves azules, y por algún lugar entre nubes asoma el carmesí fugaz de la huidiza aurora. Una gaviota pasa con su inmóvil vuelo mientras acecha y atisba las arenas.

El viento norte aprieta, es mejor hoy no salir temprano, hace falta esperar un poco, para que la calle se vaya soleándo amablemente, que haya una atmósfera más benigna y cálida. El camino se llena de luz, las palomas zurean y se arrullan, el verde de las palmeras estalla agitándose en la animada brisa del septentrión, que juega a despeinar olas entrando a la contra en la rompiente de la playa. El horizonte es tan mágico que parece haber nacido de improviso.

Con el mediodía las nubes y el sol ejecutan vistosas contradanzas. La mar es una iluminada esmeralda, que abre y cierra su luz siguiendo el aéreo baile que sobre ella el radiante cielo acompasa.

Rola el viento a levante al inicio de la tarde, y las olas se hacen vivas, las aguas se llenan de la blanca inquietud de las agitadas espumas. La orilla se hace rumorosa, resuelta y apasionada.

Al terminar la diaria tarea, vuelvo caminando bajo la arboleda del parque, envuelto en la silenciosa dicha de la vegetación, pletórica por las lluvias caidas. Sobre la líquida oscuridad inmóvil del agua de la dársena la luz del crepúsculo agita los últimos destellos del día que acaba.

La noche se desploma fría, desangelada. Las crecidas olas que el viento de la tarde animó jubiloso con energía acuden todavía una tras otra, como pasan los días, como trascurren las horas.

Tus palabras son tus huellas, increíbles, impetuosas y ciertas. Aunque sólo de ellas disponga, viviré de ellas.



© Acuario 2010

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