sábado, 27 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

















MARZO 27 Sábado


Amanece en silenciosa calma, el mar recibe en la orilla un contrario viento norte. Ligero y fresco, soplando antagónico a las escasas olas que acuden a la playa va dejando inmóviles a las oscuras aguas todavía bañadas de noche y sombra. Sobre el horizonte unas harapientas nubes, enfrentan como pueden a un sol que arrebata con su fuego todo lo que alcanza. Las gaviotas vuelan incesantes en alargadas formaciones que ondulan y se desenvuelven en confusa columna sobre la bahía. Bajo ellas los ocultos mirlos, escondidos gracias a la confusa oscuridad de las copas de las palmeras, silban, chiflan, entonan escalas, ensayan armónicas variaciones, solfean, mientras los gorriones puntean sus trinos arrebatados por la magia del alba. Las arenas extienden su soledad abierta e ilimitada.

Haraganeo un poco más que otros días, la cálida luminosidad solar entra como radiante vorágine por todas las ventanas, y tras el desayuno me apetece retomar la gozosa horizontalidad en la cama con un ligero rato de lectura. Son ya las diez cuando me pongo en marcha, Vicky acude con prontitud a su cita matutina, y con la completa luz alegrando la mañana, el caminar es festiva y sencilla dicha.

Hay animación manifiesta, turistas que se solean agradecidos en los bancos, bañistas que intentan serlo si la temperatura del agua lo permite, chavales que juegan en la arena. Acompañados de sus amos los perros hasta parecen andar más vivarachos y contentos. Sobre nosotros el cielo abierto y azul se adorna de algunos blancos brochazos de nubes altas. El mar rutila pletórico de cobaltos y densos azules.

Después de comer a Piratilla le gusta hacer zalamerías. Se tumba sobre el pretil del muro de piedra caldeada por el sol, panza arriba, y busca que le rasquen la barriga. Estira las patas y las uñas, entorna los ojos y los cierra, se entrega a un éxtasis felino con sólo dos caricias. Detras suya los pinos han reverdecido con las abundantes lluvias del invierno, y muestran la fascinante esmeralda viva de sus hojas. El horizonte abre en plenitud azul su infinito para la mínima certidumbre blanca de una vela.

Todo se aquieta en las horas de la tarde, perfectas, bonancibles, mientras en su templada transparencia sestean los bañistas sobre las arenas. Los niños se deslizan por los toboganes, suben y bajan las escalas de cuerda y madera, van y vienen colgados de una tirolina. Para ellos no se ha hecho la siesta. Los columpios hoy tienen faena.

El crepúsculo viste de ligero granate rosado las aguas y el cielo, mientras la luna quiere iniciar ella sola una noche que aún no llega. La senda del día finaliza.

Contemplo cómo tu luminosa ausencia se ha ubicado como recóndita alfaguara bajo el árbol creciente de mi sed oculta. Constelan todo el firmamento las estrellas, pero nadie alcanza a descifrar cuál es la tuya.

En la noche de mi camino, son los luceros esclarecidas arenas.



© Acuario 2010

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