jueves, 25 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO


















MARZO 25 Jueves


Está quebrando el alba y aún se oyen caer, sólo un leve rumor, las gotas de lluvia. Desde más allá de la madrugada su húmedo murmurar es el trasfondo sonoro que me acompaña en la exploración de los laberintos del sueño.

Intenta abrirse camino entre las bien estructuradas formaciones nubosas el sol naciente, y sobre las aguas derrama cascadas de luz que se abren y cierran al capricho del cielo de oscuros nubarrones mientras mecida por un ligero levante, tremola y levemente palpita en la bahía el agua pletórica de oscuros azules. Una barquichuela lanza y recoge redes cerca de la orilla. La soledad se alza poderosa ante la inmensidad del firmamento crecido de nimbos y lacerado por el sol, como una catedral de nubes que desplomase a pedazos su bóveda.

Vicky ha mejorado de su catarro, ayer de vez en cuando soltaba sibilantes estornudos, pero hoy la veo más animada. Desayuna con apetito una buena ración, y luego sentada en los parterres se dedica a limpiarse la cara con las patitas delanteras y la saliva. Inicio mi camino despacio y sin prisa, entre los gorriones y los palomos que acuden a comer las migas de pan que les ofrezco, confiado por la tranquilidad que estos muestran, acude dando saltos un mirlo, aprisiona con avidez una buena migaja con su pico amarillo, y se esconde para comerla escondido bajo la sombra de unos arbustos.

A veces a medio sol, las más bajo la sombra de las nubes, el sendero de arenas filosofa conmigo. El tiempo se despliega mientras camino, quiere imitar al horizonte que busca siempre no tener límites. Sobre la cumbre de los montes se ve caer una pálida lluvia, semejante a una difusa neblina que velara sus cimas. Hoy no está Rubi, el día no es propicio para abrir el chiringuito y nadie de sus encargados ha venido. Piratilla no tiene quien compita con ella por la propiedad de la playa y los jaramagos que crecen bajo el muro. Hoy puede comer tranquila sin tener que esconderse en su guarida.

El mediodía tiene una claridad lejana, aquiescente, sabia. Un ligero poniente trae su fresca humedad, su sutil estímulo de rozagante transparencia.

Cuando la tarde va declinando, el sol lleva un impreciso matiz dorado a las calles abiertas y vacías. El parque llena su arboleda de gorjeos, trinos, sombras. En las compactas aguas de la ensenada del puerto el crepúsculo espejea sus luminosos sueños perdidos.

En la fractal bóveda nocturna la luna asoma entre las esquirlas nubosas, mientras el tiempo sin ti sigue detenido. La noche abre las distancias y descifra el silencio que envuelve los instantes. Pero sólo me sonríe sin decirme nada.




© Acuario 2010

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