martes, 23 de marzo de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO













MARZO 23 Martes




En la naciente alborada el sol se ha quedado dormido. Rodeado por los blandos y sutiles velos de bruma, iluminados de apagado amarillo y crema, parece que el sueño le ha vencido. Por más que se le espere no asoma entre la esponjosa claridad nubosa que la mañana ostenta sobre el horizonte.

El mar ha tomado un aire ausente y alejado, parece que quisiera pasar desapercibido, se balancea suavemente sin olas, intenta desplegar sus azules sin conseguirlo del todo, un evanescente y ambarino cromatismo cayendo desde el cielo reviste a sus detenidas aguas.

La orilla no encuentra otros caminos que su soledad desnuda. Con paciencia silenciosa sabe esperar y alcanzar en sí misma todas las encrucijadas que se le niegan. Su memoria no guarda quiebras ni fracturas, sus recuerdos son sólo para la vida.

Todas las palmeras esperan quedamente las caricias de la brisa, mientras entre sus palmas, en los restos de las sombras de la noche que allí quedaron, se esconde la algarabía sonora de mirlos y gorriones. Los transeuntes, los pocos vehículos que pasan ¿ presta alguno atención al paraíso que les rodea cada mañana ?

El mundo del primer día de la creación todavía está intentando iniciar la mañana, cuando ya tomo decidido mi paseo, y voy haciendo piernas bajo la tenue claridad que abraza al camino de la playa. La mar callada, parece pensativa y aún más enigmática.

Con un poco de pescado que traigo de vuelta hago la felicidad de mis dos gatas, y ya comienza a abrirse el día. Un levante animado agita inquietas olas mientras el sol lentamente va dibujando perfiles y sombras, con una inicial luz escasa y vacía que luego alcanza alguna presencia, pero nunca logra ser fulgurante y rotunda.

La tarde se muestra aún algo nubosa, pequeños y numerosos nimbos blancos la ocupan. La ciudad rebulle animada en sus calles pero escojo las más desocupadas y tranquilas. En una pequeña plazuela el azahar desde los florecidos naranjos inunda el aire con su fragancia.

La absoluta distancia que nos acerca y separa de las cosas parece desaparecer entre las primeras sombras. La noche llena sus manos de sueños y nostalgias, pero la mar proclama rotunda con su firme oleaje su fe en la fuerza de los hechos, no quiere escuchar nada, sólo tocar con sus espumas de sal y de agua la sed apasionada de la orilla.




© Acuario 2010

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