miércoles, 16 de diciembre de 2009

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

DICIEMBRE 16 Miércoles


A través de un resquicio entre el horizonte y el extenso techo de nubes el sol se asoma. Ojo ardiendo, encendido fuego que atisba como puede por unos momentos el mar, hoy ceniza azul oscura sin olas. La ciudad y la playa entregada aún al frío abrazo de una madrugada desangelada y aterida. Han dejado húmedas las aceras y las arenas algunas escasas gotas que dibujan y perfilan la todavía seca superficie bajo los coches aparcados, y devuelven cierto brillo al verde agostado de las fatigadas palmeras. La mañana quiere ser como puede lluviosa, el firmamento destila una pálida luz suave y melancólica, grisácea y tierna.

No hace realmente frío y apenas hay viento. En la orilla el mar se concede un respiro, un escaso oleaje apenas alcanza a llevar un poco de espuma blanquecina a la ribera marina. En la distancia sigue inmóvil y hoy oscuro y tétrico, como metálica fortaleza de hierro sobre las aguas, el navío de la armada anclado ya hace semanas en la bahía. Su contorno ennegrecido bajo la escasa luz se recorta con un aspecto singular frente a las nubes que lo enmarcan.

Hay que proveerse de paraguas, abrigo y el sempiterno tapabocas, también bufanda. Andando a paso vivo se mantiene uno al menos sin frío. El paseo de palmeras se ha hecho resbaladizo, las palomas se han protegido encogidas bajo los aleros, las arenas se extienden bajo una húmeda languidez velada. Asoma una oculta añoranza de luz, una evocación de iluminadas auroras, memoria de recientes tardes soleadas y rendidas a una desidia sin tiempo ni premuras.

Pero solo chispea de vez en cuando, el paraguas se hace trasto entre las manos, aunque por oposición, sin lluvia intensa, la tarea de aprovisonamiento diario de víveres se realiza con cierta facilidad. Sólo al mediodía el agua cae lentamente, con apagado silencio, con desganado entusiasmo. La calle reluce con el agua, la lluvia brinda calladamente un liviano toque de magia intemporal que las plantas agradecen.

Con la tarde todo cesa, el camino al trabajo se hace sin impedimentos, la ciudad respira un aire nuevo, distinto, cambiado. El tráfico urbano se ha congestionado, algunas avenidas se muestran atascadas, bajo los plátanos de indias derramando el ocre generoso de sus hojas vencidas.

Cuando acabo mis obligaciones el cielo tiene un suave matiz irisado y único. Un pálido gris azulado que gana turbia presencia por momentos. La noche abre su frío escenario de oscuridad y sombras bajo una bóveda llena del reflejo amarillento de las luces urbanas.

El mar gime en abandonada soledad una apagada salmodia. Pero nadie hay en la orilla, ninguno le escucha.




© Acuario 2009

2 comentarios:

  1. Buenos días! He llegado a tu blog a través del foro de literatura y me ha parecido muy interesante. Lo seguiré de cerca. Un saludo!

    ResponderEliminar
  2. HOLA AÍDA,
    gracias por tu animoso comentario.
    Un cordial saludo

    ResponderEliminar