viernes, 15 de enero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

ENERO 15 Viernes


Explorando su dimensión propia, la aurora extiende la encendida y rojiza quimera de sus sueños sobre el brocal del horizonte, abierto a todas las distancias. Unas andrajosas y exiguas nubes, sobre el confín de las aguas, tiñen sus harapientas siluetas en la radiante luminaria que anuncia la cercana presencia del sol, todavía ausente.

El mar cobalto oscuro, inmóvil, espera también la dorada y radiante luz solar para vestir fúlgidas galas de líquida turquesa esclarecida. En la orilla abandonada, un pescador con su caña asiste al silencioso prodigio de un cielo alucinado que despliega incontenible un decidido rosa para anunciar el día.

La calle despierta poco a poco, mientras las palmeras se desperezan. Los sonoros cánticos de las aves fluyen melódicos, abriendo de nuevo la maravilla de la vida. Pero los peatones no tienen tiempo para otra cosa que ellos mismos. La naciente luz de la mañana se encuentra con un vasto y espacioso, fino tejido blanquecino de nubosidad, que dulcifica y atenúa el arrebato y empuje del destello cegador del sol sin trabas. Un viento ligero del noroeste trae un animoso y fresco aire. No hace frío.

Suspender el curso ideativo es fácil para un andarín que se funde con el camino. Atrás va dejando aquellos recuerdos que nunca tener quiso. La distancia lo llama, pero también ha olvidado el nombre que tuvo. El cielo entreabierto deja ver un celeste refulgente y deífico.

El mediodía es atenuado y pálido, la inmensa pátina lechosa de bruma alta y delgada persiste sobre la ciudad y su bahía. La mirada encuentra abierta la ofrenda de una intimidad apacible, la llamada interior a una invitación al abandono de todas las aristas y porfías. En la ensenada los buques anclados tienen una lejana apariencia abstraída.

A través de cientos de rotos, en las entreabiertas nubes, el sol se adueña de la tarde. Cálida y casi despejada, muestra orgullosa su regia luminosidad, su cénit de luz. El viento mece sus horas con alegre arrebato a veces. La arboleda del parque se llena de susurros, de voces ocultas.

Al salir del trabajo, apenas al oeste hay retazos de los últimos rescoldos apagados, oro en sombras, que el crepúsculo va extraviando sin darse cuenta. El mar se hace sombra con las sombras.

Aprovechando la benignidad de la noche y la iluminación del paseo, cerca de él sobre la playa, algunos niños se columpian y juegan. También ellos, sin saberlo, son pequeñas estrellas.



© Acuario 2010

2 comentarios:

  1. Y cada una de las sonrisas de esos niños, es un destello de las estrellas...

    Lindo final :)

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  2. Si, amiga SOL, la radiante sonrisa de un niño...

    Así como tus afectuosas palabras, que también ellas centellean alegres y risueñas siempre.

    Gracias. Un cordial saludo

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