domingo, 25 de abril de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO







































ABRIL 25 Domingo


Con lenta parsimonia el día indeciso se detiene, amanece sin apenas un soplo de viento ni de ánimo. La luz solar se difumina tras un impreciso y roto castillo de nubes que la noche soñadora ha olvidado en su huida. La playa inmóvil espera una señal que no avizora, ni tampoco acuden las olas, inexistentes apenas. Una claridad de pálidos y débiles matices se extiende sobre una bahía de aguas relajadas y quietas, entretanto las aves modulan el vacío silencio de la mañana con su festiva pugna y algarabía de silbos y trinos.

Entre un escaso goteo de peatones y algún esperanzado bañista el día parece atreverse a comenzar de alguna manera. Las palmeras han optado por no inmiscuirse en nada, y el ligero viento de poniente pasa de puntillas callado y discreto, sin casi hacerse notar, pero dejando en el aire su cristal alado y su fresca transparencia.

También el sistema de arranque se me ha hecho perezoso hoy, y sin apremio alguno dejo pasar la hora matinal más temprana. Pero antes de media mañana, cuando ya un medio sol quiere afirmarse sobre la ciudad y el mar, bajo a la calle, y con la señal de un silbido Vicky sabe que ha llegado la hora de su desayuno. Emprendo luego de dárselo mi paseo, buscando por instinto algo de la escasa sombra de las palmeras. Un día hay que abrigarse un poco y al siguiente sobra todo, pero pese a sus altibajos de adolescencia, nada logra esconder la belleza de la primavera.

El mar duda en ser azul gris o pálido celeste, y el horizonte se envuelve en indecisa bruma todavía.

Como cada día es más atrevida o ha perdido la vergüenza, Piratilla está a la espera en la playa, cerca del agujero de su cubículo, entretenida en ver pasar corredores o paseantes delante suya por el camino. Le pongo su comida e intento cepillarla un poco y quitarle el pelo que va mudando y se le queda sin terminar de caer. Pero algo la medio enfada, quizá soy un poco brusco y le paso con excesiva fuerza el peine de púas blandas que guardo allí para dicho menester. El caso es que se pone a darle zarpazos, ¡ al cepillo ! , para quitárselo de encima. No le insisto, me gusta dejarla tomar decisiones, mañana se dejará seguro.

Hacia el mediodía la bruma y la nubosidad se cierran, el poniente acude fresco y húmedo, y la playa se queda casi solitaria de bañistas. Pero la tarde comienza a traer un inicio de sol que regala a los incondicionales que han resistido, y las horas cálidas y soleadas se desmoronan en lenta progresión suspensa, en eternos instantes en los que nada se hace, nada se juzga ni se opina. Horas sabias que nada dicen, que nada llevan en apariencia. Dichoso tiempo de la sexta romana hora, de la siesta.

Plata azulada el mar en el crepúsculo, que regala ocultamente violetas y rosas tiernas al asombrado cielo de las últimas horas de la tarde. La luna impaciente todo lo observa, ha venido sin la noche, toda ímpetu, toda redonda. Las gaviotas planean intentando posarse en la arena, buscando algún bocadillo, sin terminar de comer, caído cerca de la orilla, abandonado tras el paso de los bañistas.

Un enigmático azul señorea todo el espacio, la mar y el cielo, como antesala de la noche,que acude callada y silenciosa, pero llena de vida, abierta, lúcida.




© Acuario 2010

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