jueves, 22 de abril de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO













ABRIL 22 Jueves


Necesariamente la madrugada clarea con sosegada lentitud, y la suave luz inicial de la aurora comienza a escalar las nubes bajas que se han aposentado sobre el horizonte. Con un pálido amarillo las aguas se revisten silenciosas, el espejo de la bahía acoge con agradecida complacencia la luminosidad preliminar de la mañana. Apenas una detenida brisa de poniente parece acudir calladamente, nada mueve las palmeras llenas de trinos y silbos, sus palmas agitadas sólo por una animada muchedumbre de avecillas despiertas y vivas. Nada parece importarle a la playa hierática y dispersa en su distancia. La orilla sin olas calla discreta.

En pocos instantes el sol comienza a inundar de calor y luz de forma incontenible todo lo que encuentra. Así pues, bajo los toldos, y mejor ni leo noticias, el desayuno hoy más bien a secas, y que el mundo, como siempre lo ha hecho, ruede ignorándome. Aunque lo difícil es a veces poder ignorarlo a él.

Bajo al encuentro de Vicky, está tumbada al sol sobre la hierba. Nada más verme acude alegre hacia mí, con evidente apetito. Está acompañada por un inteligente perro, medio callejero, que vive en un chiringuito en la playa, el Turco, que acude al olor de la ración de comida de la gata, pero que obedece mi orden de estarse quieto, y que para nada se enfrenta a Vicky. Como si fueran viejos conocidos se toleran ambos amigablemente. Al ver que se porta bien el perro y deja comer tranquila a la gata, busco darle un premio y le rebaño lo que queda dentro del envase metálico, algo de atún con arroz que el Turco acepta encantado.

El camino aún no comienza a solearse del todo, a veces alguna nube aparece y lleva su sombreado equilibrio a una mañana que quiere ser algo calurosa. Pero el azul entre las nubes va siendo cada vez más dueño del firmamento y el sol gana incuestionablemente el terreno. Piratilla está todo el rato entrando y saliendo, asustada por los camiones llenos de arena que pasan cerca de su escondrijo, pero en cuanto la llamo acude fuera. Le dejo dentro su pitanza y le cambio el agua. El cristal de la mañana es aire estimulante y limpio, el poniente se anima y refresca la playa, el horizonte ilimitado y certero, sólo medita y calla. En la orillla el mar refluye apenas sin olas.

El mediodía es el triunfo de la luz completa, algunos nimbos muestran la blanca magia de sus enfáticos volúmenes que crecen y se mueven en asombrosas formas. Pero cuando salgo, al inicio de la tarde, alguno de ellos travieso me propina una corta pero bien animada llovizna. El cielo se cierra en un instante, y la lluvia levanta un ancestral olor a tierra húmeda.

Todo es tan sólo momentos. La tarde está ya mediada cuando salgo del trabajo, el cielo abierto acoge alguna nube caprichosa. La ciudad vive en las calles la animación festiva que la primavera propicia, con su tibia temperatura. El parque lleno de peatones, caminamos relajados, ensimismados en nada o en todo, algunos grupos de jóvenes vuelven andando de la playa.

Sobre la bahía veo llover bajo una alta formación nubosa, el viento sesga la caída de las gotas, que se perciben como una velada grisura que cae en las aguas.

La noche acude y pone entre las nubes abiertas la ilusionada esperanza de sus estrellas.




© Acuario 2010

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