jueves, 8 de abril de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO






















ABRIL 8 Jueves


Arrecia el viento de levante, sopla y resopla, arrastrando una muralla de nubes que se elevan altas y suntuosas, con las que el sol lucha denodado para encontrar espacio, postigo para aproar su luz y ganar al fin la playa, llena de sombras, de opacidad cansada. El mar se ha llenado de agitación y olas, de espumas que rivalizan entre ellas corriendo en briosa porfía. La rompiente atrona con su voz salobre y húmeda, su fragor incesante se extiende buscando reposo, ansiando transmutarse en calma. Las palmeras se estremecen agitadas.

Es aún inicial la mañana cuando comienza a desplomarse la oscura arquitectura de las compactas nubes, y el sol se lanza ansioso sobre las revueltas aguas de ceniza verde y densa, y sobre ellas derrama líquida y metálica su luz y sus destellos de azogue, su rayo de centelleante y fluido hidrargirio. Comienza a abrirse el día. Con un silbido en la calle le envío un aviso a Vicky, que acude con saltarina y alegre carrera. Hoy no come mucho, acaban de darle un tentempié más tempranero que el mío. Terminada la escasa colación que acepta se sienta y con lenta parsimonia alternando una y otra pata comienza a lavarse la cara.

Vacía y solitaria la playa, el viento la recorre a sus anchas. A lo largo del camino voy aferrado a mi determinacion diaria, vaciándome al fin de sueños, aliviado ya de toda su carga y dislates. Olvido referentes, disculpo circunstancias. La orilla no sabe encontrar otro obsesionado delirio que el aglomerado tropel de espumas que abrazan con blanco rumor continuo a la arena. El aire húmedo y marino barre infatigable y enloquecido el sendero bajo la claridad aún tenue de la mañana mientras logro ir avanzando.

Vuelvo ya con el firmamento lleno de entreabiertos azules, las nubes han perdido su hosca presencia grisácea y visten una albura reluciente. Las palmeras le han cogido gusto al baile y a la samba con que se menean. Hoy parezco con los pelos revueltos y tiesos por la ventolera que hubiera metido los dedos en un enchufe eléctrico.

El mediodía es soleado, el mar se hace cristal verde pese al oleaje que lo remueve y revuelve. Algun pescador echa la caña.

No tengo exceso de trabajo por la tarde, cuando vuelvo observo sobre las columnas jónicas que ornamentan la entrada del puerto cómo las gaviotas han aprovechado la altura de una de ellas para disponer su nidada. El crepúsculo se alarga y amarillea sobre la caleta del puerto, sobre sus coloidales aguas.

En parte ha amainado el viento, pero el oleaje es fuerte, la mar brava y la rompiente activa e iracunda.

Pero con las blancas espumas la noche ofrenda su iluminada sonrisa.




© Acuario 2010

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