viernes, 2 de abril de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO












ABRIL 2 Viernes Santo


Cascada de luz inmediata es el fresco amanecer. En cuanto el sol supera la línea del horizonte su luminoso rayo recorre con el oro de sus reflejos las aguas dormidas, azules, quietas. No hace viento, el cielo se abre espléndido e infinito. Hay dos o tres navíos anclados en detenida calma en la ensenada marina. Todo en silencio, salvo la alegre y jubilosa algarabía de los gorriones, mientras los agazapados mirlos templan sus arpegios aflautados, y desarrollan la sorpresa de su abundante gama de musicales silbos.

Protegido por los toldos de tanta deslumbradora intromisión lumínica voy trasteando un rato en el ordenador bien de mañana. Con la parsimonia del desayuno nada cambia, la mañana es fresca y espero que las primeras horas de sol vayan templándola. La calle muestra todavía una soledad desacostumbrada cuando finalmente bajo a ella algo más tarde. Acechando en su esquina preferida, soleada y siempre protegida del viento y de la lluvia descubro a Vicky, que viene a mi encuentro nada más verme.

Caminar un rato luego. Sin moverse de su sitio el horizonte. Sobre la línea de su extensión interminable los barcos dibujan sus perfiles metálicos mientras la bóveda del firmamento ostenta un vacío azul blanquecino. En la orilla comienza a verse un prolífico incremento polícromo a base de toallas de colores sobre la arena y alguna que otra sombrilla. Ganas de bañarse no faltan, el día invita a ello, pero la mar traidora y fría obliga a muchos a desistir de ello. No importa, el astro rey ha cedido una blanda tibieza a la ribera marina, una benefactora luminosidad cálida de la que todos disfrutan felices.

Con un cepillo de púas blandas que conservo oculto entre las piedras le doy a Piratilla un repaso mientras come su desayuno. Guardo el resto de su ración y vuelvo buscando un poco de buena sombra por las calles del barrio que el día festivo ha dejado solitarias y silenciosas. Algunos naranjos conservan sus últimos azahares, y la calle respira un aroma único.

Calles vacías, pensamientos vacíos, la cabeza pesa poco sin tantas ideas y trastos que la poblaron inútilmente antaño. Se ven las cosas en su sencillez magnífica, no saber nada aligera el camino.

Un poniente suave se inicia al mediodía, la playa se ha llenado de color, de gentes, de tiempo leve y soleado. Los columpios y toboganes sonríen ufanos de tanta solicitud infantil, de tanta ruidosa alegría de gritos.

La tarde parece no existir, trascurre invisible y grácil, dilatada, abstraída. Nadie se mueve en la playa, tampoco la tarde lo hace aparentemente.

Pero el crepúsculo acude a su cita, con su profundo azul violáceo, que la noche va haciendo más denso y profundo. Las estrellas van constelando el insondable y oscuro cielo, la mar trae ligeras espumas que ofrecen su blanca sorpresa entre las sombras.

Luz y tinieblas, ambas son nuestra naturaleza. Hasta que nacemos de nuevo.



© Acuario 2010

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