sábado, 10 de abril de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO


































ABRIL 9 Viernes


De nuevo el día ha rehecho su alma de transparencia iluminada. Espera indeciso a un sol que se anuncia con mágicos y silenciosos clarines de creciente oro. El mar remueve olas y densos azules que lentamente clarean mientras abre el horizonte su infinito frente a la ciudad y su playa. En la bahía dos buques fondeados parecen esperar algo, detenidos y expectantes. Los mirlos insisten en sus silbos y ensayos melódicos, sólo se ocupan de sus aéreos pentagramas.

Tan fácil que no acaba de creerlo, el sol surge con tal sencillez que se asombra, rebasa con leve ingravidez la línea de sombra ocre que dibuja la tierra. De inmediato ya es esplendor, rayo de luz dorada sobre las aguas.

El rumor de las olas, bien formadas, blancas crines de tritones sus espumas, es el asombro de la soñolienta playa. Las palmeras han dormido esta noche por fin en calma. El cielo es nada más que vacío, irreversible afirmación de un celeste limpio y único.

Con la facilidad que la costumbre proporciona, los resortes me ponen en marcha. La calle plenamente soleada, la mañana es agradable, sólo ligeramente fresca. El sendero de arena entrega su plena dimensión al caminante, mientras el viento comienza a jugar con travesura, con creciente oposición a mis pasos, el levante se reinicia. Las olas vuelven a ser arrojadas con fuerza sobre la playa sometida y temerosa. Las copas de las palmeras cabecean y agitan sus palmas de nuevo desesperadas e inquietas.

Vuelvo con algunos boquerones, que las gatas festejan. Tengo que apresurarme en volver, el levante es fuerte, dejé los toldos bajados, recogerlos es obligado, si insiste el viento en seguir creciendo capaz es de llevárselos por la cara. Pero cuando llego no ha pasado nada, y una vez sujetos y asegurados, tomo fotos de la ensenada llena de surfistas, que han aprovechado el viento y las olas para divertirse con ellas. La rompiente se alegra, espumea, parece un animal vivo, un alazán de nívea crin que jubiloso en plena libertad galopara.

El sol al mediodía desata inquietos e incesantes estallidos de plata y metal sobre toda la indómita y salvaje extensíon acuática de la bahía. La mar ruge colérica.

Es apacible la tarde, mientras me alejo de la línea de la costa, ya protegido del embate del viento todo se hace dócil suavidad cálida. Cuando termino, vuelvo con paso cachazudo, sin prisa. El sol juega al escondite entre las sombras del parque, pero nunca gana, se le vé siempre aunque se esconda. La rada muestra orgullosa lo que es un mar sin olas.

El crepúsculo da barzones por acá y por allá, y aunque con desgana acepta irse finalmente. La noche es sombra que habla, rumor oscuro de una mar azogada e inquieta.




© Acuario 2010

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