martes, 13 de abril de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO



























ABRIL 13 Martes


A tenor de las escasas nubes que el sol encuentra al romper la aurora, debería pensarse que el día va a ser abierto y despejado, pero, sin saber de dónde, la mañana va construyendo todo un andamiaje de nubosidad que sella los caminos que intenta la luz solar con su aéreo laberinto de pálidos grises. Pese a todo, por los incompletos vértices que a veces entreabren las nubes los destellos del sol logran tocar con la magia blanca de sus rayos el azul grisáceo de las aguas. Un levante medio dormido viene acudiendo a duras penas, y roza con desgana la superficie marina sin alzar olas algunas. Sobre la ciudad, sobre la playa, una evanescente claridad se extiende silenciosa. La orilla callada reposa.

Es preciso dejar que las cosas ocupen la existencia, tazas de café, tostadas o tortas de aceite, acicalarse lo preciso, acudir a las tareas. Cuando bajo encuentro sola, también hoy, a la gata, y sin mucho apetito, es probable que algún otro vecino le haya dejado comida. Observo que una oronda y atrevida paloma ronda cercana, y cuando la gata abandona sin terminar la ración alimenticia que le he puesto, aquella ni corta ni perezosa comienza a comérsela picoteándola con avidez y entusiasmo. Por lo ufana y satisfecha que luce seguro que es la que acaba todos los días con lo que, mucho o poco, la gata deja.

Hay animación en el camino, corredores y peatones. Las distancias se hacen suaves y dulces bajo la luz apaciguada de la mañana entre nubes, a medio sol, fresca y clara. La orilla parece pensativa y no dice nada. Un leve reflujo del agua, que va y viene sobre la húmeda arena casi con timidez, apenas habla o murmura. Antes de llegar a la altura del escondrijo de Piratilla, me encuentro a Ruby que viene paseando desenvuelta quién sabe de dónde. Me sigue hasta la guarida de la gata, y la acecha y no quiere dejarla salir, siempre quiere demostrar que es ella la dueña de la playa. Bueno, no hay problema, Piratilla espera tranquilamente que le introduzca dentro la comida, que le lleve hoy el desayuno a la cama, y allí dejamos a Ruby, muy seria y digna, montando guardia a la puerta del cubículo hasta que se cansa y se va aburrida porque no pasa nada.

Al mediodía la nubosidad crece pero no llueve, apenas caen dos gotas, y luego, aunque apagado, el sol devuelve cierta luminosidad a la playa. Un ligero oleaje de levante acude con animada presteza y alegría a llevar algunas espumas a la orilla. Las nubes se alzan majestuosas y dignas, a mirarse detenidamente sobre la superficie de la bahía.

Cuando vuelvo por la tarde veo bien florecida la pequeña rosaleda que los naranjos rodean, en una diminuta plazuela frente a la entrada del puerto. La larga avenida del parque es sombreada, interminable, se ofrece como diario ejercicio de meditación y también de piernas.

La ensenada se hace verde gris con tonos metálicos mientras la tarde se despide y el crepúsculo entrega de forma inevitable sus espacios al tiempo, aliado de la noche que se acerca. El viento de levante ha ganado fuerza, y el mar comienza a encresparse nervioso bajo las ráfagas que lo empujan.




© Acuario 2010

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