domingo, 7 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 7 Domingo


A giro de cabeza desde la almohada, nada más despertar, tengo el horizonte en lontananza. Es hoy tan sobrecogedor el espectáculo que me hace levantar de la cama, para ver el amanecer en su completa dimensión tras el ventanal desde donde escribo.

El cielo es una gradación de azul, desde el profundo y oscuro al oeste, al progresivamente más claro celeste por levante. Justo sobre el horizonte llega a ser amarillo, naranja y rojo, pero antes decide tomar caprichosos turquesas y sorprendentes matices de pálido verde.

Bajo este cielo así dispuesto, hay unas incompletas y caprichosas nubes delgadas, -celaje entreabierto y leve-, que recibe los colores del sol todavía oculto bajo la linea del horizonte. Nubes que toman del astro solar, aún sin nacer, sus rojos densos, que paulatinamente se van transformando en rosados y malvas.

Pero con ser todo esto en el cielo sorprendente, en el espejo de las aguas levemente inquietas de la bahía, los colores, todos los del cielo allí reflejados, palpitan con increible vida. El celeste plateado en las aguas todo lo domina, pero en la magia del leve movimiento de las casi inexistentes olas, las aguas bullen de matices rojos, malvas, rosas, naranjas, púrpuras.

La luna se ha quedado a contemplarlo todo tras un sutil velo de nubosidad en el cenit del firmamento, sólo se ha traído su mitad, apenas media luna, es nada más una raja de melón. En el espigón de levante un crucero dormita, lleno de luces, esperando el día. Las gaviotas sobrevuelan bien alto, de vez en cuando gritan con lamento sincopado, repetido con progresivo intervalo.

El espectaculo es grandioso, sobrecogedor, inhumano casi. Ignorado por la soledad de las arenas. Nadie lo ve, nadie lo admira. Los corredores no caen abrumados ante su belleza. Atrapados en su red de endorfinas, corren sin mirar a nada. Entre tanto una ancestral sabiduría esconden las palmeras en su silencio, mientras bajo sus palmas rebullen las aves y cantan saludando a la vida.

Cuando salgo ya es media mañana casi, hay un sol ligeramente velado que ofrenda una tibia suavidad a los peatones, escasos todavía. El paseo tiene esa dulzura de luz que quiere anunciar ya una oculta y cercana primavera. El mar se despereza y , por compromiso y para que no se diga, concede algunas olas que rezongan bajito en la orilla.

Dos gatas felices, y un paseante relajado, es lo que encuentra la hora del Ángelus, el mediodía. Alguna vela recorre, lenta como una caricia, los mitigados destellos del sol sobre la superficie marina, mientras el crucero en el puerto está anunciando su partida con largos y repetidos bramidos de su sirena. El último,-más prolongado-, en la bocana, diciendo adiós a la ciudad, mientras enfila mar abierto mayestático y sin prisa.

La tarde poco a poco se cubre de nubes, delgadas, revueltas, una claridad crema lo va envolviendo todo amablemente. Las horas pasan, con parsimonia adormecida.

Al llegar el crepúsculo los cielos resucitan. El suave gris azulenco del final de la tarde se comienza a transmutar en aéreos campos amarillos al oeste, que progresivamente se tornan violáceos y rosas. Las quietas aguas cercanas al puerto, -la mitad casi de la bahía-, de forma asombrosa e irreal, se transforman en un mar fucsia. Al final, -tan sólo breves momentos dura todo-, el rojo sol al despedirse trastoca la superficie marina en líquida púrpura.

Noche que comienza, en calma, y ya dormida. Sólo las luces de la ciudad y de la dársena acompañan sus sueños, su camino y su vida.


© Acuario 2010











2 comentarios:

  1. me imagino un RE lindo paisaje..
    a veces tendriamos que salir de lo cotidiano y apreciarlo más... MUCHO más

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  2. GRACIAS STALIE por tus amables comentarios.
    Tenía muchas dudas de que hubiera alcanzado a realizar una descripción aceptable.
    Mi torpeza y sólo palabras, poca cosa era.
    Un afectuoso saludo

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