miércoles, 10 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 10 Miércoles


Sólo unas pocas harapientas nubes frente al sol naciente, que generoso las llena de fuego y de iluminado naranja. Viento norte, sobrevolando y acariciando la celeste plata azulada de los reflejos en la superficie marina, entremezclados con móviles y pujantes, inquietos cobaltos oscuros.

Es brisa ligera y fresca, que va abriendo una mañana expectante y nueva mientras entra silencioso en el puerto el barco de pasaje, blanco como una gaviota, que hace diariamente su navegación a África. Hay una felicidad callada y agradecida en las palmeras, pletóricas de trinos y silbos de pájaros. En la orilla tendido durmiendo todavía un mar de ligeras espumas y apenas olas.

Pero la mañana va teniendo frío y se pone encima la camiseta corta de una nubosidad, de un insuficiente tejido de nubes, que al no llegar a cerrarse por completo hasta la línea del horizonte, queda allí un radiante resquicio por donde asoma única la luz de estas primeras horas.

Cuando piso la calle, se siente venir desde tierra, desde el noroeste un aire húmedo de lluvia, pero no caen aún gotas, salvo alguna impaciente y mínima. Pienso que encontraré tiempo si no me demoro, y tomo decidido hoy el camino, con vivo y animado paso. El día y yo estamos dispuestos a ser pacientes con el aguacero si nos alcanza.

Sin llamarla, no hace falta, sale de su escondrijo en cuanto llego, algún extraño radar o privilegiado olfato u oido avisa a Piratilla de la hora de su comida. A la vuelta, siempre parece más largo el vacío camino ausente de peatones, mientras a su lado el mar con el leve rumor cadencioso de sus olas parece querer hacerle compañía.

El mediodía se ha detenido indeciso. Ni sol ni lluvia. Una claridad giróvaga todo lo envuelve en blandos espacios, en luz estática y lenta. En la calle poco a poco va señalándose sobre el pavimento el inicial sombreado de las primeras gotas.

Y así toda la tarde asoma y se retira una ligera llovizna. Cuando vuelvo del trabajo, de vez en cuando cae alguna gota distraida y solitaria que me saluda con su pequeña sorpresa fresca sobre la piel, mientras paso bajo la densa atalaya de los árboles del parque. Los mirlos han proliferado felices al suprimirse espacios de césped en la remodelación última, y plantarse vegetación baja en abundancia. Ocultos y protegidos en ella, hozan y rebuscan su sustento entre la húmeda tierra El cielo se abandona lentamente al cansancio de las sombras.

La noche es fría, el viento norte ha incrementado su fuerza, pero por la calle, con relajado paso, una enamorada pareja ilumina con su amor la oscuridad que les circunda.



© Acuario 2010

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