martes, 9 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 9 Martes


El techo cubierto de nubes del amanecer deja un amplio y alargado resquicio sobre el horizonte, que el sol naciente utiliza para iluminar ampliamente por debajo las nubes de un extenso naranja. Desde las así iluminadas nubes desciende reflejada la anaranjada luz sobre las aguas, en algo más de la mitad de la bahía. Un extraño marrón rojizo puede admirarse entonces en la superficie marina, al mezclarse el naranja con el azul dormido de la mar, aún detenida en suave molicie matutina.

Pero como es habitual con estos cromatismos de la aurora, todo dura tanto como un pastel a la puerta de un colegio. El mar recupera por completo sus plateados cobaltos, y la brisa del norte acude tranquila, fresca y estimulante. La mezcla de sol y nubes cada vez más escasas resuelven finalmente una luz amarilla y líquida.

Cuando salgo a primera hora a la calle, el hábito andariego me absorbe apenas me pongo en marcha, soy totalmente pedestre maquinaria. Afortunadamente hoy no dispongo de charcos en los que equivocadamente meter la pata, ni cantos de traviesas sirenas que juegen con mis oidos. Vamos, que el camino me llama, con la sinceridad de su abierta luz despejada, adormecida por el blanco murmurar del mar en la orilla, que con indolencia la engalana de leves espumas. Y así, al aire de mi media sonrisa, y todo el horizonte la suya, la blanca mañana azul también se sonríe conmigo.

El mediodía es todo sol, pleno cielo, mar abierto, iluminado con miles de reflejos.

Cuando la tarde comienza, unas nubes nerviosas, ampulosas, blancas, sobrevuelan rápidas e inquietas. Pero no se anuncia lluvia, el suave calor de la tarde no se detiene ni altera.

Al terminar mis tareas me vengo caminando, el frescor ligero de estas últimas horas vespertinas invita a ello. Sobre las viejas murallas del castillo, que ascienden penosamente hasta la cumbre que domina la ciudad, el sol derrama el desenlace de su última mirada, su epilogo de cansado oro. Algunos nimbos sobrevuelan ligeros y pequeños hechizados con un tierno deliro rosa, mientras el firmamento va ganando un profundo azul.

La noche recupera todos sus caminos, abre todos sus espacios, el mar se entrega a ella. La indescifrable distancia llena de melancolía oculta las mínimas luces que en el horizonte se divisan.

Las estrellas se ocultan, ¿ jugando ?, mientras algunas nubes pasan.

La orilla recibe con agrado la compañía de algunos pescadores con sus cañas, mientras en el paseo, peatones, bicicletas, niños, también sin que lo sepan eran, fueron, son estelar materia, polvo de estrellas.



© Acuario 2010



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