martes, 2 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 2 Martes


El viento lo empuja todo, pareciera que el sol viene asimismo atropellado por el levante alborotador, incesante, revoltoso. Ha llegado salpicando espumas, oreando nubes, aventando arenas. El mar toma un verde arrebatado y rotundo, resuelto y provocador a un lado y otro de la bahía con la blanca contienda de sus olas. Las orillas se llenan de opalescente y turbio ámbar, mientras las palmeras cabecean y sacuden sus palmas, espantadas de los rebufos del ventarrón matutino.

El cielo y el sol contemplan cada uno a su modo todo el alegre y húmedo estropicio de la orilla, invadida por el altercado del espúmeo salobre, acechada por la constante invasión del oleaje. Nada de eso importa a los pescadores de caña, bien pertrechados y asentados en la ribera, arrostrando impávidos la controversia del vendaval, la trifulca de olas y espumas. El pescado dicen entra con el levante, y ellos no están dispuestos a perder sus capturas. Desde primeras horas, al friso del alba, señalan su presencia con sus altos aparejos, con el sedal y el fuste de sus instrumentos de pesca. El amanecer es suyo, pero el sol los mira con extrañeza.

Como en la calle que da al zaguán de mi edificio el viento enfila a toda mecha, la pobre Vicky que allí me espera, se las vé y se las desea para no terminar rodando. Con dos saltos ella, y yo dos zancadas, nos quitamos de semejante corriente, y buscamos un lugar más acogedor, menos ventoso y sobre todo soleado. La dejo allí comiendo con su tranquila parsimonia, mientras con cierto bullicio alegre en mi interior, disfrutando del enojo de los elementos atmosféricos, me pongo por mi cuenta en marcha.

Tengo que esperar termine de pasar un abundante pelotón de ciclistas, y tras ellos logro acceder a la playa. El mar comienza a vocear y a soliviantarse, en la rompiente las olas ganan presencia. Una ligera llovizna, pequeñas gotas en suspensión de agua marina, se extiende a lo largo de la hostigada línea de la costa. El camino indiferente a todo, desenrolla su larga distancia bajo el cielo azul y vacío.

Con el mediodía todo gana aún más fuerza, el mar y el levante se compinchan. La ciudad se esconde como puede detrás de sus casas. Las palmeras semejan haberse acostumbrado al zamarreo, y hasta parecen disfrutar mecidas de un lado a otro. En la ensenada resisten anclados los buques, tirando de sus áncoras sin largar amarras. El aire es húmedo, bien fresco, lleno de aroma marino. Una larga media docena de aficionados al windsurfing, llevan de un lado a otro a toda pastilla sobre las aguas el brillante colorido de sus velas.

Tras una tarde tranquila en el trabajo, veo al salir volando sobre el puerto bien altas a las enormes bandadas de gaviotas. El crepúsculo va borrando con toda flema y calma la tenue luminosidad final de la tarde. La noche comienza.

La mar se ha comido casi media playa. Insólitamente los pescadores resisten con sus cañas al lado de la orilla. Todo el mar sordamente ruge, protesta, murmura.

Entre ligeras y escasas nubes, ríe la mínima luz de algunas estrellas.



© Acuario 2010

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