jueves, 18 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 18 Jueves


El rojo disco solar, ojo de encendido carbón, escudriña al emerger del horizonte toda la superficie marina con su mirada de sangre y fuego. Pero toda su luz queda ahí, sólo mira por unos instantes. Luego se pierde detrás del firmamento que extiende una completa y densa lámina uniforme de nubosidad sobre el mar y la ciudad. Las nubes forman un sostenido, palido y satinado, paramento gris del que lentamente comienzan a caer unas primeras gotas de lluvia, fina, delicada y tímida. El mar inmóvil ha olvidado de nuevo sus azules y se reviste de ligeras sombras de plata oscurecida y antigua. La orilla silenciosa apenas gime, ha detenido su sordo lamento, su quedo suspiro, está callada.

No hace viento, se murmuran unas a otras las palmeras aliviadas. Una ligera y húmeda paz se diluye bajo la dócil luz tenue con la que comienza la mañana. La lluvia desciende sin prisa.

Al salir a la calle hay que buscar a Vicky, pero unos silbidos hacen que aparezca con aire resuelto, un tanto distraída. Resguardada de la llovizna por los amplios aleros que del edificio sobresalen, protegida gracias a unas motos aparcadas en la acera, allí juega a mirarlo todo oculta.

Bajo la salvaguarda de la negra copa del paraguas, pequeña noche oscura sin estrellas, con algún inevitable chapoteo y metedura de pata en agua, así voy haciendo paso a paso el habitual camino, el ahora embarrado sendero detrás de la playa. Las gotas de agua encubren con suavidad las distancias, hacen creer al horizonte que es cielo, nube o niebla, y el mar parece ocultarse en algún recodo perdido en la blanda lejanía imprecisa.

La precipitación es menuda, nada incómoda, el aire se envuelve de gozo invisible. Grácil e incierta, la luz se ha dormido y sueña.

Ni el mediodía, tampoco la tarde, nada cambian. La horas pasan, se respira insólita y beatífica una serena dicha.

Sólo al irme comienza un levante desganado a elevar sin entusiamo algunas olas en la bahía, a llevar a la orilla un rumor de sirenas y ondinas.

Cuando vuelvo al final de la tarde sólo alguna gota cayendo salpica el silencio en la calle con su húmeda resonancia oculta. En la orilla ya en sombras el mar rezonga, musita sus enigmáticas quejas.

La noche, sólo ella, sólo noche, inicia su vuelo de luz inversa.



© Acuario 2010

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