lunes, 8 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 8 Lunes


Es tan apagada la lluvia que no alcanzo a percibir su sonido hasta pasado un rato tras despertarme. Todavía el júbilo del alba no acude con su luminosa libertad, la calle vacía, llena de sombras y agua. Un río de luces dibujando un silencioso laberinto afluye en sus vehículos sobre las avenidas asfaltadas para horadar al tiempo.

En la nocturna opacidad del mar, el oculto horizonte sólo es una excusa, mientras disuelve en su abrazo la única esperanza de la luz de una barca, asediada por la lejanía de sus últimas distancias.

Bajo las sedosas nubes en la naciente aurora, ¡ es tan sencilla su luz blanda y difusa !. Una paz luminosa y pensativa, que sabe escuchar sonriente el balbuceo del mar en la orilla, leve y húmedo, tierno, en calma.

Me deshago de mis ideas, y buscando aspirar el aroma de la lluvia abro una ventana. Desde algún lugar me llega el saludo del canto de una avecilla, vibrante cristal sonoro. Refulge lleno de espléndida vida quebrando de súbito el silencio. Su leve y argentino rayo, limpio torrente de arpegios disuelve mágicamente mi nostalgia.

Ungido con ese acorde de armonía consigo articular mi confuso organigrama mental. Pertrechado del inevitable paraguas, salgo a respirar la serena y húmeda mañana. El camino pletórico de charcos me invita a equivocarme y jugar metiéndome en todos los que no veo. Hoy toca chapoteo. Algunas palomas acuden buscando unas migas.

La soledad del camino parece expandirlo, hacerlo más grande e infinito. La mar en calma y las nubes en inmóvil sueño comparten un filosófico y delicado gris.

Al mediodía la escasa lluvia progresivamente cesa. Con delicada suavidad el sol comienza a llevar su luz sobre la ciudad y la playa. Hay un leve poniente apenas. La enredadera de la brisa transita inadvertida entre las palmeras que descansan.

Con el inicio de la tarde se abren definitivamente los cielos. Todo a solearse comienza y el tiempo a regalar sus horas mejores, dilatadas, interminables y extensas. A la vuelta del trabajo vengo caminando bajo la arboleda del parque. Tras algunas nubes extraviadas el sol se despide diciendo adios con una abundante aureola de rayos dorados. El puerto sueña ser un inmenso estanque de oro.

La noche encuentra de nuevo su camino, su espacio, su dimensión única. El limpio vacío la ilumina serenamente.




© Acuario 2010

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