sábado, 27 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 27 Sábado


En apacible porfía juegan el sol y las nubes en este amanecer bonancible y desidioso, sin viento. La mar extiende su glauco cromatismo de nuevo diáfano, sus mezclados azules, sobre los que palpitan como reflejos estremecidos los sutiles cremas y tenues amarillos de las horas del alba. En la orilla nadie, el mar monologa sólo con sus murmullos, dibujando fugaces y blancas espumas que hace y deshace continuo. Las palmeras aquietadas, inmóviles, atentas a la vida, que entre sus palmas se agita y entona sus incesantes trinos. La mañana no tiene prisa.

Entre las grandes butacas de mimbre de la terraza de un bar, cercano a la salida de mi edificio, soleándose oculta, está a la espera Vicky. La temperatura es plenamente primaveral, mientras los atrevidos gorriones pugnan con destreza entre las palomas por unas migas, que al bolsillo llevo para ellos del pan que sobra. Sobre las arenas hoy concurridas los más corren y algunos pasean. El camino está firme y seco, ha ganado tonos más claros, las intensas lluvias lo barrieron y acicalaron, dándole un renovado aire asilvestrado. Ofrece a todos su humildad y oculta magia, mientras la orilla va acompañándolo en su largo recorrido.

Asomada al agujero de la entrada de su cubículo Piratilla está a la espera de su desayuno. Me percibe aún estando todavía lejos, y acude con feliz ronroneo. Le repongo agua y sustento, y después de comer se duerme dentro de su guarida, a veces tan profundamente, que si a la vuelta la llamo sólo con algún ligero silbido, ya no me oye lo más mínimo.

Al mediodía comienza a soplar un decidido levante, que anima a los veleros que participan en una carrera a escasa distancia. Colocan dos boyas grandes, redondas, amarillas, a unos quinientos metros la una de la otra, y una docena de alegres velas encaran el viento de una boya a otra, en un número determinado de vueltas de tan singular recorrido. Las olas se crecen y levantan y alzan las quillas de los balandros, mientras en la orilla se alza el rumor de la rompiente ahora bien decidida.

Con la tarde la brisa decae y el mar se amansa, acude una nubosidad imprecisa y la luz se hace lenta y algo apagada. Frisando el crepúsculo se inicia una imperceptible llovizna, que llena de velos azules las distancias. Sobre el mar se abaten los grises que lo sobrevuelan, toma un aspecto sombrío y metálico, anunciando la noche que se acerca.

Las olas asoman blancas e insólitas en la oscuridad creciente. Algunas rompen alejadas de la orilla sobre los bajíos del fondo arenoso, continuamente removido por la mar inquieta.

Una tranquila expectación creciente en la noche callada aguarda y trasmina en silencio las palabras. Amable y secreta, tu sonrisa es luz en las sombras.



© Acuario 2010

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