miércoles, 17 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 17 Miércoles de Ceniza



Una ligera llovizna es insuficiente para contener la ansiosa determinación de la mañana. Aunque la playa amanece espléndida en su agraciada soledad chorreando agua, pese a que las apaciguadas olas acallen su rumor de silenciosas y livianas espumas, bien que la brisa de poniente anuncie la presencia del alba.

Nada puede impedir la lenta pero obstinada claridad que inunda la calle, la playa. El día se anuncia con generosa luminosidad. Las nubes se van disolviendo en jirones brumosos, el mar se llena pausadamente con reflejos plateados de lentos azules. El horizonte recupera sus distancias.

Cuando salgo ya el sol escribe el preludio del día, hace gloriosos los humildes charcos, regala buen humor al kioskero, y se sienta en los bancos a ver pasar las horas de felicidad sin prisa. El camino se hace solo, la orilla regala su discreto murmullo, dibuja delicadas espumas de un blanco limpio, mientras las palmeras en la radiante simetría de sus palmas expresan su destino de verde alegoría de cifrado infinito.

Hasta Piratilla la gata aparece alegre, con la memoria reciente de ayer debe encontrar hoy redondo el día, soleado, acariciado por la tranquila brisa, sin otra ocupación que estirar las uñas. A mi vuelta, el paseo concurrido, está lleno de caras festivas.

Un mediodía que me lleva hasta la azotea del edificio, intentando ayudar a instalar una nueva antena de cuarto de onda, para la recepción de la frecuencia modulada. Tras la ciudad a mi espalda, todo el arco de montañas que la rodean y todos los montes, se ven envueltos en la dulce suavidad azulenca de la mínima bruma, que de la tierra el calor expele y aventa. Desde la elevada atalaya de mi perspectiva el mar muestra sus mejores cobaltos en la lejanía, cercano a la orilla es de un ámbar verde que quiere ser azul opalescente.

La tarde recupera la plena dimensión de sus horas abiertas, bajo una atmósfera transmutada en materia evanescente y cálida. Hay un ambiente distendido, en las calles un tráfico de vehículos conducidos sin impaciencia.

Con el crepúsculo en ciernes termino mis ocupaciones, en la playa las arenas se han secado, tomando un color ligero, más liviano y claro. Los barcos anclados en la bahía, dos pequeños cargueros, han aproado señalando el poniente tibio lleno de los últimos sueños del día.

La noche comienza, adorna su bóveda con la primera estrella, mientras al postrero y profundo azul en sombras lo va tiñiendo de denso azabache que palpita.




© Acuario 2010


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