sábado, 6 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 6 Sábado

Viento norte, frío y cristalino. Encaramada en el amanecer, dueña de todo el vacío del cielo ya azuleando, una media luna perfecta aguarda conmigo el inicio del día. Vuela sonoro y musical en el aún oscuro silencio el silbo del solitario mirlo. El horizonte comienza a incendiarse por el confín de las aguas. Sobre la quieta superficie de la bahía se van desvaneciendo los últimos matices de líquida púrpura, y el mar se reviste de reflejos de celeste plata y oscuros cobaltos que vibran levemente estremecidos por el soplo de la brisa. La arena callada, adormecida por el murmullo de las escasas olas ínfimas.

Desde la atalaya de su limpia y sencilla percepción animal, las aves ensalzan con sus humildes trinos, admiradas, la magnificencia de la vida, del nuevo día. Bajo las palmeras, los gorriones no cesan de hacer sus dicharacheros comentarios, y los mirlos se silban unos a otros los musicales pasajes que se inventan, entretenidos alegremente en repetirlos o variarlos, una y otra vez,

Me pongo pronto en marcha, el sutil aire matinal recibe a los escasos peatones tempraneros. El camino aún no se ha despertado de su letargo nocturno, sus arenas se desperdigan todavía húmedas del rocío de la alborada, pese al oblicuo sol que comienza a iluminarlas. Piratilla me espera tomándolo a la puerta de su cobijo. Se zampa con buen apetito una buena ración y le dejo el resto, oculto dentro de su refugio. El cielo y el mar compiten por el mejor azul y más limpio.

Hacia el mediodía lleno de sol y rebosante de luz, - el invierno ya comienza a olvidarse -, me pongo en marcha con el vehículo hacia un pueblo costero aledaño. Desde la distancia se contemplan los montes que cierran la bahía por el este. Detrás de ellos la sierra última de la provincia en su linde final. Está totalmente blanca de nieve, en contraste con el suave calor aquí de la mitad del día. El mar a sus pies con su palpitante azul ha venido a admirarla.

Tras la reunión familiar, la tarde y yo sesteamos, ya en casa de nuevo. Las lentas horas detenidas, vacías, soleadas, quietas, concluyen en un crepúsculo abierto e infinito. El cielo sin una sola nube, - así ha sido todo el día -, sobre el horizonte, en el este, el firmamento ostenta una bella luminosidad violeta y anaranjada en la direción opuesta. Las aguas juegan con todos los colores del firmamento sobre sus mínimas olas. Los vencejos van y vienen volando, una y otra vez, desde los aleros del edificio. En los columpios y toboganes instalados en la playa los chavalillos juegan, mientras sus progenitores se toman un respiro en su atareado oficio de padres. Bajo el cielo progresivamente decidido a ser cada vez más violeta palpita, vuela, vive y juega un pequeño mundo, alegre, dichoso y feliz.

A la noche le gustan estos días, que le permiten mostrar todo su esplendor y belleza. La ciudad se enjoya de luces, porque sabe secretamente que no puede competir con ella. Por ambos lados de la ensenada enciende uno tras otro, sus destellos, los iluminados brillos de sus farolas. En medio de la bahía, solitario y definitivo, pletórico de balizas, continúa anclado el enorme carguero que, - podríamos decirlo así-, la habita desde hace ya tiempo, soportando temporales y ventiscas. Sobre él, la primera estrella ha venido a observarlo curiosa.




© Acuario 2010


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