jueves, 25 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 25 Jueves


Incontenible, tras unos instantes todo es silente detonación. Todo es asombroso estallido de luz dorada, que ocupa la inmóvil superficie del mar, que irrumpe y desborda el tiempo aún somnoliento de la mañana. El sol presenta su alegría luminosa y el día comienza. Las aves no saben cómo expresar su asombro, la playa comienza a respirar, ensancha sus distancias, mientras la orilla ensimismada murmura. Las palmeras acrecientan sus sonrisas, entre ellas un ligero poniente se abandona. Todo se hace cercanía lejana.

Ponerse a la tarea, ir a las cosas, bajar a la calle, respirar la cotidiana novedad que se desenvuelve en estas primeras horas, apenas me cuesta. Sobre el camino el cielo comienza a extender suaves grises, pálidas nubes que el sol ilumina. Leves celestes llenos de fluida plata estremecen las aguas y dibujan aparentes ríos en la ensenada. La suave temperatura es agradable y amistosa.

Como la fauna felina está en orden y atendida, y la compra hecha, sólo me resta emplear algo de tiempo en revisar una electrónica, cambiar con el soldador la polaridad de un pequeño testigo luminoso, y así comprobar que, de todas todas, no funciona. No es nada importante, el sonido de la misma es perfecto, pero ellos también, los cacharros se emperifollan, y esto de la lucecita sobre el transformador es realmente innecesario, puro maquillaje de venta. Comprobado que está defectuosa, hago las inevitables gestiones para conseguir repuesto y sustituirla.

A todo esto el mediodía ha seguido desplegando lentamente toda una escena de nubes ligeras, tranquilas. Se inicia la tarde, y también una imperceptible llovizna. Una luz suave desciende, cálida, ingrávida. La calle se reviste de liviana humedad, la ciudad entera parece transmutarse, envolverse en una paz serena.

Con la sorpresa de algún error de agenda, mis tareas de hoy son escasas. Cuando vuelvo, las aguas de la bahía son ahora verdosas. Sobre ellas se desliza en ocultas oleadas una vespertina luz que ofrece una tonalidad amarillenta, que también llena la playa, que ilumina la vacía calle.

Un levante comedido principia a llevar ciertas olas a la orilla, mientras la noche acude, bajo un cielo entreabierto, por el que vuelan blancas y fugaces las gaviotas. La playa llena su silencio del mágico murmullo de la leve rompiente, que envuelve en su insistente enigma a los pescadores y sus cañas.

¿Dónde poner la reflexión última? Tengo en tí absolutas certezas, eres capaz de iluminar las sombras. Es lo que confío a la callada noche para que te lo entregue con silenciosa palabra.




© Acuario 2010

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