domingo, 14 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 14 Domingo


No encuentra la palanca necesaria para abrir las nubes, el sol apenas consigue zarpear escasos destellos de escondidos rojos sobre el horizonte, pero se desquita de inmediato dejando caer sobre toda la cerrada atmósfera que cubre la ciudad y la bahía un extraño rosa ceniza, que ilumina con su singular luz las calles vacías, la playa, en estas primeras horas frías y desnudas de la mañana.

Nadie, la más absoluta y magnífica soledad es la única compañía para una playa mortecina y desorientada, para un mar que se queja y gime arrojando incesantes olas, mientras conmovida, en lucha consigo misma, se contrae y palpita incesante la enconada y turbia lámina gris verdosa de sus aguas. Una difusa amenaza de lluvia pende bajo la apagada luz del día.

El fuerte levante sisea, ulula, silba. Cuando salgo hace falta arremeter contra el viento con decisión y ganas, la calle es todo un invisible y desatado torrente aéreo del caudaloso río de incuestionable victoria, que el vendaval inflinge sobre la ciudad arrebujada y escondida.

Apenas concurrido, el paseo expresa con su desierta ausencia una lastimera desgana. Hay que andar con determinación y ganas, empero la sensación de frío empuja a moverse vivamente. Las palmeras zarandeadas, cabecean.

Cuando se vive en una gruta literalmente, ya puede haber tormenta a la puerta. Nada más llego a la suya, Piratilla asoma feliz ante la pitanza que apenas he podido aún disponerle. El horizonte a nuestra espalda lucha por permanecer en su sitio, mientras en la orilla el fragor de la rompiente va y viene. Aprovechando el ventarrón algunos en la bahía practican el kitesurf, ( perdóname academia, no hay otra palabra ). De un lado a otro vuelan sus alocadas y felices cometas. También al aire del infinito se eleva en el corazón el secreto y generoso léxico de tu amistad abierta.

Ni el mediodía ni la tarde cambian nada del torvo aspecto del día. Las horas vespertinas se instalan indecisas en su oculta dimensión temporal, de lento infinito y dulce somnolencia. El mar tiene un aspecto distinto, oceánico y cruel, de un verde cada vez más agresivo y firme, mientras la luz se repliega en sí misma, y va desapareciendo diluida en el preludio de la noche que llega.

Al final, un azul fosforescente y sombrío desciende de la bóveda de nubes y llena con su luz fantasmagórica las aguas de la bahía. Ha cedido algo el viento, el horizonte resiste en su lugar todavía.

No hay otras luces que las de la ciudad encogida de frío, pero inasible al desaliento, dispuesta a asumir su destino en la humana historia de cada día.




© Acuario 2010

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