viernes, 12 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 12 Viernes


En suave distensión sosegada, el horizonte sostiene el lento y rojizo marfil luminoso del alba. Algunas nubes se dibujan frente el sol con la pretenciosa ambición de conquistar su fuego, mientras sobre las apaciguadas aguas espejean todos los ensueños de la mañana.

En el silencio de la orilla, sólo el enmudecido reflujo de la mar apagada. Mi silencio también tuyo, espera.

He de iniciar el día, con sólo medio sol hay una atmósfera entibiada, que el entrometido viento norte diluye mientras recorre los vericuetos de las calles, los ámbitos por los que anda. Para caminar, sin embargo, estimula su compañía, fresca, animada. Sobre el cielo se despliega lentamente un blanco rebaño de blancos y pequeños nimbos, tímidos y distraidos. Bajo su blando cristal ausente todo respira hacia otras distancias, todo tiene una presencia de luz detenida y templada. El mar abraza en su corazón turquesa olas leves de líquida crema.

Al final, bajo el atrevido asedio de las palomas, Piratilla decide olvidarlas. Come tranquila, mientras nos rodean las aves con sus arrullos y zureos, pidiendo ellas también unas migas. Como no puedo entretenerme, la compra espera, le guardo dentro de su escondrijo la comida, mientras toda la lejanía palidece indecisa, bajo la claridad velada de la media mañana.

Con el mediodía, la nubosidad ha tomado más dimensión, ha ganado líneas grises, el mar retoma una ceniza verde en sus aguas. El viento ha rolado a ligero levante, comenzando a mover olas inquietas.

Mientras pasa la tarde, comienza la lluvia, absorto en mis tareas sólo al salir tropiezo con ella. Hay que evitar caminar cerca de los abundantes charcos que se han formado en las calles, en las avenidas del tráfico, cada coche que viene corriendo es un planeador acuático obsequiando generosas salpicaduras. Indiferentes en su estáticas alas, pasan sobrevolándolo todo las gaviotas.

Las gotas de agua festivas e inquietas, todo lo transforman. De un sitio a otro bullen y escriben fugaces círculos de vida. La ciudad recibe agradecida su unción ancestral y húmeda, aunque siempre alguien rezonga y protesta. Cuando estoy entrando en el zaguán del edificio viene a mi encuentro Vicky, zalamera, por fortuna algo me encuentro en los bolsillos para ella de merienda.

En la playa, bajo su paraguas, un único pescador vigila dos cañas en la orilla. Las olas se han vestido de espumas, baten con resolución la ribera, irrumpen en la arena, mientras la noche viene llegando, en el misterio de sus sombras envuelta.




© Acuario 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario