viernes, 19 de febrero de 2010

METAMORFOSIS DEL TIEMPO

FEBRERO 19 Viernes





Con precisa lentitud el alba se inicia. En aéreo desorden las nubes intentan ocupar la mañana, así como al desprevenido horizonte y también al irresuelto firmamento. Pero con minuciosa obstinación la luz del sol encuentra caminos, deshace los blandos obstáculos imprecisos, abre espacios y finalmente asalta y gana con su rotundo rayo las primeras horas aún dormidas del comienzo del día.

Sobre el mar, de nuevo turquesa y azul, islotes de iluminados reflejos burbujean y estallan silenciosos. Una ligeras olas, imperceptibles apenas, alcanzan tímidamente la orilla. La arena parece nueva, lavada por las lluvias y barrida de todas las pisadas. Va recuperando sus claros ocres, secándose al calor solar y al viento.

Un rostro inédito y distinto bajo el sol alegre tanto el paseo como las calles muestran. La limpia perspectiva de sus espacios luce magnífica como dadivosa herencia del agua abundante y renovadora recientemente caída. Vicky me espera a la puerta acompañada por un gatazo rubio que la sigue y persigue, cortejándola. Atrapada a medias entre el temor y el deseo huye de él mientras de reojo lo observa, ¿o lo cita?.

El viento norte, fresco y estimulante me acompaña.Todo el camino parece diferente, ha reinventado su trazado, la superficie aparece sin hollar, prístina, mientras las palomas se solean de un lado a otro en alegre rebusca. El infinito se ha hecho de nuevo amigo del horizonte, luce espléndido con toda su lejanía y diáfana distancia. El mar respira de nuevo líquidos cobaltos, y turquesas llenos de vida. La orilla, se ha tomado un descanso, sólo hay un leve reflujo casi sin olas, mientras cuadrillas de operarios van limpiándola de cañas y troncos, arrojados por la ciega furia de la pasadas tormentas.

La bahía se entrega a la luz completa del mediodía, las aguas se apoderan ávidas de toda la atronadora luminosidad que desciende del celeste rayo solar, que incesante se derrama sobre la superficie marina. Un pequeño carguero resiste abrumado flotando sobre la centelleante plata fundida.

Con la tarde el tiempo parece detenerse, sobre la ensenada algunas nubes vuelan al soplo del septentrión decidido. Al terminar el trabajo vuelvo caminando buscando calles protegidas del remolino de la ligera ventisca, del frío empuje del viento norte. Por la larga avenida del parque las secretas voces de vida de las plantas resuenan entre las incipientes sombras. La vegetación muestra una animada presencia, un aspecto agraciado y atractivo gracias al riego abundante de los días de argavieso, de aguacero y paraguas.

En el recodo del puerto, los ultimos rayos de un sol que transfigura en la calcina de su oro las escasas nubes ante él interpuestas. Una luna creciente y mínima en el cenit de la aún celeste boveda todo lo mira.

Todas las palabras han de callar abatidas frente a una noche fascinante y profunda, fría, infinita y negra, tachonada de estrellas, constelada de sueños, de luces de asteroides, de caminos que se alejan.

Mientras el mar se deleita en la orilla contándole a la playa, con su rumor de espumas, consejas perdidas, olvidadas y quiméricas fábulas de náyades y nereidas.




© Acuario 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario